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Miles de brújulas y atardeceres floridos y cenicientos cadáveres,
mientras te observo, trato de apaciguarte, de velarte
entre mis facciones ponzoñosas, ásperas como líquidos
y flores
sin pistilos se claman inocentes,
llamativos paraguas se perfilan en el horizonte, te veo y me allego
a tu lado, mujer de pinturas, y brochas, tratando de fijar su punto, su
lugar exacto en el mapa y los cinturones que contornan tu mitad, tu
silencioso pintar en destonos, en tormenta, en atiborrados baldes sin óleo.
Tú pintora y entrañable y suspicaz mediante relojes y astrolabios
intentando fragar un objeto, un lienzo, algún bosquejo
en el cual alimentarnos de coincidencias, de tramos y huellas, y caminos
y circunferencias que se cruzan, y descruzan, alineándose,
modelando nuestro camino, nuestro triunfo de la nada,
de la intermitencia de tus labios, tus ojos contenidos,
y tu sonrisa que aparece ahí, en lo salvaje,
entre las sábanas, ya aguadas de movimiento, de lenguas y frases
que disparan y se atochan entre cuerdas y violínes silentes,
tartamudos de las mismas figuras y trabalenguas,
y papeles de inmigración que disparan sus notas de alejamiento,
telegramas inconclusos y correos electrónicos con poemas que hieren,
escupen sobre mi cara arropada de vestigios y muebles desaparecidos,
y cuentas inexistentes, mientras los paraguas se aglomeran,
a la espera de la última estrofa, del último pincelazo,
del último arrebato e insulto, mientras amarillos caballeros
marchan por murallas, tras los últimos trastos de mi, mientras nada
ocurre
y las frases se agolpan, se intervienen, y punzan mi alicaídas cavilaciones,
mientras la pequeña luz intenta un círculo, una nota de lluvia.
Caen las estrellas por la calzada de ladrillos, mientras escucho
los últimos racimos de mi correo, y escucho el tic tac de mis cavilaciones,
a medida que mis huesos se agrandan, y mis ojos ya no pintan
sino que ven el subway, las lámparas que descuelgan y gimen
y ladran entre papeles de oficina, y salones de clases inentendibles,
y el payaso que se enfrenta a realizar su cátedra monolingüe,
ante
cabecitas amarillas mirándole, saludándole en su jerga de idiotas,
de testarudos sin fin y publicidad. Nuevos surcos, nuevas botellas carmine,
y de cuerpos y corchos pintados, y lanzados con apremio.
Un día húmedo en Philadelphia, en la urbe, en la palabra incontrolada,
testaruda, mientras me canso de hablar, de parlotear en otras lenguas
y refranes e historias sin argumentos y chiste, sin la menor pausa de ajuste,
sin la menor intriga, fantasmas desahuciados, llantos de cables, vidrios almendrados,
y generaciones de idiotas mirando por la pantalla, por los puertos de agua
dulce.
de Bernardo a Meghan
March, 7 2004
© 2004 Bernardo Rocco