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Comienzo con las palabras del mismo poeta:
Estas palabras quieren ser
un puñado de cerezas.
Un susurro ¿para quién?
entre una y otra oscuridad. (2)
El poeta define el acto poético (tal vez sólo ese poema en concreto, pero tal vez algo más extenso) en términos codificados, utilizando deseo, medida, fruta, vocalización, destinatario, y carencia de luz, todos recogidos y simultáneos, para expresar la meta y el método, juntos con el mensaje inmediato de las palabras que utiliza. Podemos aplicar esta estrofa como lente analítico, o mejor dicho, como mapa de aproximación, para entrar en el poema leído, "La última isla". Y entrando, entramos en una relación de extremos, pero lo que nos queda por explorar es el terreno que les permita comunicar, mezclarse, confundirse, intercambiar detalles, señas, funciones, identidades:
"la entrada de las carretas" se confunde "con el ruido del balde en el pozo", y para el poeta, hay algo semejante en la confusión elemental de vida y muerte, la interdependencia de las dos. El cielo, como los almendros, esquiva la "herida" que irrumpió en el tejido de su identidad continua... se trata de un juego de identidades que parece buscar el aíslamiento, la nostalgia, y la continuación absoluta, pero que requiere y atrae un intercambio de bienes, de características, de extremos opuestos. De ahí, a través de esa tonalización metafórica, entramos en el ámbito de lo básicamente e irrefutablemente humano.
En otras palabras, extractas de otra obra de Teillier, "el asunto / es que las cosas sueñen con nosotros" (3). O sea, hay otra confusión entre extremos: el sujeto con el objeto, el soñador con lo soñado, el poeta o la persona con el paisaje o la circunstancia. Nos encontramos en el paisaje, porque el paisaje nos inventa, y en eso está el arraigo poético de cada día. Pero ¿Teillier quiere elaborar una ontología, una filosofía de la condición humana, una metafísica materialista? Diría que no se trata de eso, que en el poema leído, y en las obras citadas, el asunto es que el poeta quiere registrar un mundo que da vida, que forma el tejido de la experiencia vivida.
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Ahora salto un poco la barrera entre la poesía y la cultura física, y cito un artefacto incaico: el Quipu. Lo nombro como si fuera poeta o poema, pero es un invento que realmente penetra en gran variedad de géneros. El Quipu es un registro, a través del que el Inca podía mantener una crónica de los tributos que le habían ofrecido sus pueblos y terrenos súbditos. Se trata de una cuerda (que puede representar espacio y distancia geográfica, adornada con cantidad de otras cuerdas de estilo variado, de colores variados, con nudos, con aún más cuerdas todavía, saliendo de cada una. Un sistema confuso, pero ingenioso a la vez, y sencillo.
El artista (porque además de ser contable o tasa-recaudador, el que mantenía un Quipu tenía que ser artista) iba registrando en los estilos y colores, y en la variedad y en los nudos, la geografía, el tiempo, y la participación sacramental de la gente de su terreno. Cada cuerda representaba una historia, fue un dibujo de un pueblo, durante un tiempo, y en código particular al Quipuista que lo trazó en metáfora viva. Así que el Quipu representa un código, y durante toda la vida, el Quipuista sería el único que realmente podría descifrar la historia de sus viajes y registros. Una metáfora de crónica, pero de raíz interna al que la inventó.
Teillier se hace protagonista de espacios íntimos, lugares deslumbradores, peregrino entre códigos de experiencia y auto-invención... hasta un punto indescifrables, secretos. Camina en verso por un terreno de recuerdos, de secretos que importan vida. Lo que quisiera señalar es el hecho de que el verso de Teillier plasma no sólo un terreno recordado, sino también la consciencia de que de eso se trata. Es un terreno-código, un Quipu, que relata intimidades y extensiones generadoras de vida, generadoras de nostalgias, generadoras de luz.
Volviendo al poema, "La última isla", se enfrenta con el silencio doloroso de los recuerdos más queridos, que con el tiempo actúan "como la luz de una jarra de agua / lanzada inútilmente contra las tinieblas." Un verso no sólo bien logrado, no sólo ingenioso y hermosísimo, pero que comunica el dolor de la fragilidad de lo vivido, la artificialidad de la vida como registro de sí misma.
Entre las confusiones extremistas, y el dolor del recuerdo marchitante, entra el martillazo delicado de la lluvia constante, "el crepitar inextinguible de la lluvia / que cae y cae sin saber por qué" que el poeta compare con "la anciana solitaria que sigue / tejiendo y tejiendo", un tejer incesante, sin dirección quizás, pero que crea vida, que traza y delimita historias vividas. El poeta señala el proyecto-Quipu de la experiencia vivida, como a nosotros como intelectos animales nos gusta imaginar.
Más allá del recuerdo, el poeta narra su peregrinaje, en busca del pueblo fantasma que va registrando, lamentando que "donde se ponen los pies / desaparecen los caminos": se refiere directamente al momento en que lo vivido se convierte en registro de sí mismo, y en esa transformación se esfuma. Contempla desde un cuarto "inmóvil" (limitado) la resonancia de la lluvia, imaginando un "término del mundo, / y la lluvia es el estéril eco de ese fin". La lluvia da vida, crea historias, registra la consciencia de la fragilidad del recuerdo, pero además señala un límite metafísico, y físico y mortal, a la vida humana. Continúa fuera de nosotros, fuera del poeta y del peregrino-registro. Es un Quipu universal que no alcanzamos ni descifrar ni leer a fondo.
La mortalidad de la palabra, del informe, de la formalidad escogida o preferida, se pronuncia, con ironía lírica y narrativa, en el último verso, que sigue lamentando el desvanecimiento de un código vivido sobre "labios que se deshacen bajo tierra." "La última isla" puede imaginarse como el último extremo, donde se pierden y se entienden a la vez los códigos de la vida humana vivida, tanto preciosos como dudosos, registros de los hechos y tributos internos de la vida sentimental y el arraigo del espíritu que anhela todo lo que forma su metáfora viviente, continua, prometedora de lluvias allende el olvido.
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© 2004 Joseph Robertson