EN LA PERIFERIA DEL SER
había sido
en otros tiempos
físico de invisibilidades
en una llanura
rodeada de bosques
rodeados de sierras
rodeadas de vientos
que se hablaban a solas
y sin prejuicio
había conocido
una por una
las estrellas
con su linaje
y sus vericuetos
y su intención
enteramente sagrada
de iluminarlo todo
y dar vida
había penetrado
en el origen
de las leyes
de la razón
y de todas las músicas
viendo ahí la lírica
y la sombra
de lo eterno
y sus alternativas
había sentido
el dolor inacabable
lento y anaranjado
de la separación
de lo intransigente
y con aquel dolor
había comenzado
a comprender
había mirado
fijamente durante siglos
sin comer ni tomar bebida
el desarrollo certero
del tulipán
que se hace
faro mensajero cura
y corrige
todas las iras
había sentido
desaparecer mil calendarios
en la periferia
del ser
y con cada calendario
un método de vestirse
de obedecer
y de violar el velo
de lo desconocido
había manejado
el destino
de las nubes
mudándose generosamente
en comunidades enormes
sobre la geografía
de un nacimiento
perpétuo
pupúreo
había entrado
en guerras defensivas
contra un enemigo
diez veces invisible
contra los escombros
de la frustración
imaginaria que habita
en el centro de todas
las necesidades
había trasladado
al final
el mercurio
de innúmeras fiebres
hasta colchones sinfín
la esencia del comienzo
hasta un tambor
que resuena resuena
en la periferia del ser
LA MAREA
Me he deshecho. Llovizna idealista en una marea de vida. El incesante
ruido del mundo se ha vuelto licor. Me ha limpiado; me ha envenenado.
Soy ya presente perfecto que ha dejado de comprender al pasado. Soles
y lunas pasan sobre mí, bailan igníferos en mi pellejo,
me esconden. Soy nicho, delicia, olvido de carne y hueso. Soy hueco,
dormido voy. Llovizna condenada a dialogar con la marea inmensa, me
he deshecho.
Es martes. Otoño. Me lacero, me bifurco, me resuelvo. Quieto
quiero seguir siendo, mas la marea viene. Vuelve. Volverá.
Me desea vestir con su sal, con su barro y sus bichos carentes de
sinfonía. Me apunta, me atrae, me temo. Soy llovizna. No hay
cemento. Sueño con azúcares luminosos. Me ha laminado
con su febril y terrible beso la marea. Quiero contar mi historia.
Me pierdo. Me fundo. La historia se esfuma. Todo es sal. Todo vuelve.
La marea vuelve. Nada perdura.
Existen lenguajes. Queremos ser humanos. Quiero ser. Humano. Adaptarme.
Aprender a funcionar, de mareas cercado. Sitiado por ejércitos
de pistas pretéritas, por sendas veladas y los rumores de un
futuro todavía disuelto, sin hacer. Con cierta voluntad la
llovizna limpia de mi ayer, mi allá, se tiende en la superficie
de la marea. El pesadumbre terrestre, materna, fracasa: lo veo todo:
me traiciona una superficie rota por la intemperie.
Buzo ya, me he deshecho. Llovizna dispersa soy. Entumecido en aguas.
Ecos. Un local infinito que no abarca perfumes. Todo es recuerdo.
Eco la ley: eco la luz: eco la tremenda libertad de los primeros días.
Hay textos anadeando en la oscuridad. Manchas. Recuerdos. Lo ajeno.
Himnos a la soledad colecciono. La escasa seguridad de mi improviso.
Pienso. Soy parte ya, aliado, entendedor de mareas. ¿Dónde
están las demás? ¿Por qué no se limita
la mía? ¿Es mía? ¿Cómo es que pueda
caber en un simple rayo solar? ¿Por qué no hay sol?
Entendedor sin respuesta, llovizna dispersa soy. Me adapto. Creo
lagartos. Los suelto. Me llevan. Bucean y me hacen buzo. Buzo ya.
Eco la ley, inocente matador de infancias mi buzo. La cara buceadora
que guardo. Mis ansias de ver a la superficie.
Coronel entre lagartos, llovizna pretérita, buzo y eco soy.
Me ha traicionado una superficie rota por la intemperie. Mis ansias
de ver. Soy ya presente perfecto que ha dejado de comprender al pasado.
Lloro al advenimiento de la perfección. Marea inmensa. Mancha.
Soy textos anadeando en la oscuridad. No hay cemento. Quiero ser.