I

Erase una mañana muy fría,
muy fría en la nieve intermitente
de una ciudad de Pennsylvania.

Los estudiantes duermen plácidos bajo las
sábanas y mantas de sus camas
(a lo Machado, pero en sus camas)
al tiempo que yo diviso el puente
que me ha de llevar a mi oficina subterránea.
Las ardillas se han desvanecido,
los coches ya no andan.
Me embarco en mi aventura nívea
de un enero a las 8 de la mañana.

[Ella]

Acaba de salir de la ducha y no lleva ropas.
Se asegura de que no hay nadie en la calle
y sale en su vestido de cumpleaños.
Después de todo, siempre ha soñado con
tomar una foto desnuda, piel sobre blanco.

¿Qué dirían los vecinos si le vieran?
No le importa. Se ha puesto un gorro por si acaso.
El suelo está resbaladizo. No patina desde hace años.
Sus pies se deslizan cada vez más rápido.
No hay nadie que pueda ayudarle.
Intenta agarrarse a un árbol, pero no pudo ser…

¡Click!

Sólo recuerda el blanco ardiente de la nieve,
y sus deditos pintados de rosa sobre sus alas.

El fin. Ahora puede guardar su cámara.

II

La nieve.
En su frialdad blanca
acaricia mis pies mañaneros
en el paseo monótono
de casa a la escuela y de la escuela a casa.
Las ardillas han desaparecido.
Las flores en el camino ya no pasan.
No existen periódicos en el suelo.
Ni hormigas, ni hojas.
Sólo mis pies. Mis pies y la nieve.
Fría.
Blanca.
Fríos y blancos.
Como el coco,
como una margarita a las gotas del rocío,
como una hoja de papel blanca,
como las paredes de mi habitación,
como las nubes de Azorín,
como mis zapatos de verano blancos,
como la punta de un iceberg,
como una gaviota volando
sobre las nubes de Azorín,
de algodón, de helado de nata,
de leche,
de leche líquida y en polvos de lata.
Fría.
Blanca.
Fotografía de un enero a las 8 de la mañana.

© Cristina Sánchez-Conejero 2003

VILLANOVIANA
CRISTINA SÁNCHEZ-CONEJERO

Poesía Inicio

Portada Literatura Portada