El suave murmullo de la brisa
me ha despertado a la luz de
la calidez invadida por
la noche azul reciente.
Un suave murmullo lejano.
Una canción perdida.
Las notas musicales se combinan
para formar mi canción favorita.
No se mueve. Sonríe. Respira.
Inmerso en la belleza deliciosa
de la paz seminocturna, respira.
Manos de contornos bien dibujados,
boca que invita a la compañía
de un labio en la noche fría.
Te estaré mirando, a pesar de
la venda enamorada de la
belleza extraña de tus ojos.
Ojos que se sumergen en la nada.
Cada movimiento, cada uno de
tus movimientos acompañan al
tono diferente de las luces.

Un pequeño cojín violeta.
Una cuerda atraída.
Un diez, un solo número
diez. Tres veces, tres
en la soledad verde
de la casa.
Las vidas todavía vivas
de Picasso. (Se ha ido).
Un vientre femenino que sonríe.
Un rostro masculino que acecha
en la roja mezcla cuajada
de fríos azules cortantes.
Fríos, tremendemente fríos.
Agrietados en el desfiante
contexto grisáceo de un cuchillo.
Un cuchillo y una botella.
Dobla la ropa con manos
de un contorno negro adivinado.
Expira cortas palabras entre
las rejas amarillas de la cesta.
Camina con la misma solidez
que envuelve el marco de
su rostro fotográfico.
[ Es mi azul! Mi azul aplaudido! ]

Es el fino grito
revaluado que entre la
triste ironía de una sonrisa
llora —entre hojas mojadas— resentido.
Dulces escalofríos.
Te quiero.
Dulce frialdad oriental.
Maldito.

© 2000 Cristina Sánchez

 

 
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CRISTINA SÁNCHEZ-CONEJERO
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