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Me ruboriza el encanto de un formato imaginativo.
No imagino cuando verso sobre lo que creo,
es incandescente mi duda perfecta sin ajuar
las perlas del amanecer bondadosa
rugiente la verdadera pasión mojarse en la arena de la playa
verdosa de jazmines volcanes como ruiseñores,
el invencible donaire de la equilibrada princesa de cuentos azules
aspirados con el verde de mi esponja-tulipan.
Me siento con la obligación de escribir, no por placer, no por ganar,
no por perder, no por soñar sin dar.
Es un mensaje aquel que vivo muerta escribiendo, esperando la muerte
mientras traspase mi danza loca y altruista.
Me enfado si no puedo recurrir a la escritura de palomas mensajeras,
que llevan unos lazos profundos de unión serpenteante.
Estoy divagando sola muchas veces,
una imaginación aburrida, pero no peor por ser cálida.
Me pregunto qué cosa se me escapó hoy, que resulto tan
enojada con la alfombrilla recibidora de mi hogar.
Esta tristeza me ampara deshojada.
Me aplasta ese querer sin amar, esa posesividad maldita y familiar
(endiablada y mágicamente traicionera).
Reverso de drama, chifladura y drama.
Teatro de conejitos y plumas de gato.
No lucho por un metodismo, la espontaneidad del signo allí a lo lejos del loco
mar.
Me deslumbra tanto tejer sin ver ni vislumbrar.
He soñado con tanto orgullo de verborrea sin sinceridad
que algún día me caeré en la orilla de la nasalidad no fingida,
el miedo de contar historias que atemorizan a tantos mentirosos,
porque los hay que no se imaginan ni a ellos mismos.
Reírse más allá...
Copiar la amargura de un verso llamado canción y respirar de la fuente del
inquietante misterio de ulteriores destinos sin enojo virtual.
He despojado mi anciana y antigua cuna de envidias de androides y nardos
deshojados.
Ahora rezo sin repetir mi anhelo a mis antepasados de veleros de nubes
e hipnotismo.
No creo en el mutismo de un rito
no busco el porqué del eco.
Incluso lamento haber existido sin rumbo fijo en este dichoso holocausto
perdido de infames hambres en el desierto rico de enjambres de patos.
Pero hoy estoy despierta aún, no se ha sonrojado mi voz de verde de pluma
infantil, como un romance de tijeras que se entrelazan cuando suena la
chispa de un vital orgullo de encante.
Me he enamorado por un instante de alguien que es todo, pero
ahora es absurdo sollozar como una loca dama de encajes de seda y rizos
de porcelana.
He vivido tan alejada de la prosa de la nada
que me siento enjaulada en el techo de un siniestro azul y melódico,
una alfombra de recuerdos eclipsada con jabalíes desnudos como el Sol
que se esconde cada día ruborizado por el esquemático y desdichado día
que se merece un toque.
Aquí pasando la vida, esperando a un hermano,
esperando la muerte que llega lentamente a mi vida
de castillos infundados y sueños no reconocidos.
He tenido tantos encuentros fugaces y tantas ocasiones de amar,
que solamente me arrepiento de no haber amado a Dios.
A lo mejor la locura es un privilegio de sabios y ricos,
pero yo nunca me río.
Me he vertido las palabras como disfraces y no espero ninguna
oportunidad de aumentar mi conocimiento.
Se enfrían las motivaciones, se aburre la metodología de una tipa como
yo sin invención lógica perpetua.
He sembrado tan poco probablemente,
me he lamentado de hallarme tan sola tantas veces que no lo recuerdo.
Vago sin ser celeste,
me duele ceñirme a cualquier atadura mundana tanto que no deseo el orden
detallado de un trabajo tan repetitivo como es la tarea de vivir sin sentirse
un desolado, ese
misterio que me embruja como una chimenea que se acaba de encender.
Las almas se queman como el incienso
y nunca me pregunto que hago yo aquí,
si soy andrógina o soy un pez sideral
o soy un ciento de almas pululantes.
Jamás veré ni escucharé el secreto de la vida letárgica.
Me han robado el corazón o me lo he robado yo a mi misma, después
de escuchar esa voz antimaterial de la luz de una estrella,
la alcochada luz sonora de la Tierra, que ahora se encuentra encajonada
como el arte.
He sentido que no me hace falta un bastón sobre el que apoyarme.
Ese vacío y ese miedo al miedo,
no puedo soportar que se aprovechen de alguien que sueña y que no es la
metáfora de un enfermo tan siquiera.
Me lamenta que se quiera confundir todo para sacar partido,
un abismo sin fronteras.
Me falta el aliento cuando trato de recordar...
Es afixiante ese desconsuelo que me hace sentir la falta de un sueño
tranquilo.
Dormir simplemente...
Pero es que me recuerda la existencia de un alguien, el canto de una cama
quieta y esperando ser conquistada por el sueño,
esa voz que me muerde el corazón cuando trato de morirme sin hacerlo.
No dudo de que cada vez estoy mejor,
cada vez hay mayor seguridad en mi ser. Me basta con decirlo, es un
orgullo
superar la angustia del ocaso, poder haberlo conseguido.
Seriamente no me arrepiento de sentir el dolor, pero sí me arroja hacia un
estado de defunción, pues me olvido de que soy también persona.
Estoy harta de narrar y contar mis hazañas de hada,
pero mi astrología ha envejecido ya,
mi nogal es un seto
mi prosaico andar se ha convertido en un Adán.
Ya el caliente y normal clima de mi país costero se ha llevado mi valentía,
mi tedio y mis calcetines me peinan el llanto voraz por descubrir el
entusiasmo de los pájaros.
Se han apartado de mi los resplandecientes árboles
y aún quedan unos dátiles y unos cocos deleites de arte espacial y de cuna
frutal.
Piruetas anodinas en el aire-arte, en la vela de mi gitanería andaluza;
gimo y me pongo brava.
No hay más invierno que una estrella
no más sabiduría que un Sol de regatas vergonzoso como yo,
junto al clavel de mi madre la bondadosa y hermosa sus trenzas armadas
como el juego del color de músicas plásticas entrelazadas y anudadas
nadando en el espacio sin altar. No es un deber, es el azar del ajuar de mi
destino incoloro como el prana de mi vida
el resurgir de mi columna vertebral y los
quejidos de mi corazón sin sendero sereno.
He resurgido de las llamas prudentes de la razón y ahora escribo en
lenguas extranjeras poesía como el cántico del reciclaje de mi cuerpo vital
como el ciclo lunar de mi esperanza dadora.
Me he comportado como una moza y pudiera ser que sea una esponja
derretida entre las manecillas de un reloj congelado.
Miserable si me autocondeno
si me dejo conquistar sin remediarlo por un jefe
por un mendigo dinosaurio
por un juguete estelar
por una mujercita de collares en los tobillos.
Harta de ignorar gigante mi andar de energía fugaz
las trenzas derramadas, la fronda mi paz y enjuagada mi esencia de flor
desnuda como yo en la solitaria jungla de devoradores espejismos de la
calma que se levanta como acogida por lo más evanescente de un pino
sin matices.
Ya sé de la permutación,
ya sé de lo más simulado
ya sé de lo más prudente, qué sé yo no más...
Me he levantado hoy luchadora, disfrazada de prueba del pasar de los años
luz,
pero es que me encuentro más tierna cada día con mi esposa del alma
caída.
No regalo ningún favor por creerme más inspirada,
pienso que el dado gira siempre en un sentido atolondrado.
Ya no puedo mirar más al infinito,
se ha perdido el sabor del chocolate anaranjado.
Y es que flota mi sentimiento simpatizante
no tengo problemas de soledad porque no me falta la sorpresa de una
compañía de titanes,
que son los recuerdos.
Realmente no me angustia perpetuarme, pero sí disfrazarme de animal
cada día lluvioso de chimenea y jarrón.
Me he quedado pensando y reflexionando...
La belleza si es juventud, si es amor, si es un don, si es un placer
encontrarla,
¿Por qué se pierde y se lastima un corazón enjaulado en su dominio
de príncipe?
No se debe castigar a la belleza con el llanto y la desidia de la angustia
envejecida.
No debiera ser la edad lo que colma
el deseo de seguir, de perdurar sin
verse privada de un aliento,
de un verso reconfortante.
Nadie me ha dicho más cosas que una madre,
nadie me ha revelado más sorpresas que el destino sin llegar al
enloquecimiento.
No me aburre pensar que no soy todo un suspense y que la vida
no continúa extensamente,
porque matamos el instante con lágrimas, sonrisas y palabras.
Es evidente que nunca puedo reírme sin pensar que creo que
existen unas estrellas que nos quieren decir algo,
un diálogo de brujos
un endemoniado hado que calcula el secreto
de mi voz.
Me he rendido oportuna ante el silencio apagado de una noche
donde muero afortunada,
al encontrar que quizás nunca he poseído nada.
Y es que hay tanta miseria en este mundo de fuerzas paralelas y
dispares, de fuerzas opuestas y solariegas.
Me he anudado un pañuelo a la cabeza para pasar y transcurrir sin
despeinarme por el viento de colores de sueños infinitos que te llevan al
miedo de la vida sin deslizarte serena.
He acabado por no perdonar lo imperdonable, por dejar de hacerme
ilusiones que finalizan en un devenir histórico sin tregua.
Sé que jamás seré más fluida que ahora,
pero la sorpresa es tan efímera y tan fugaz a la vez
que no me acostumbro a la sentencia ni al ayer.
El hoy me ha cautivado de pesimismo al intentar escandalizarme
por mi poca luminosidad.
No sé si habrá alguien en el mundo de puntos que entienda lo que
yo expreso en los apuntes del amor, de la moda, de la contemporaneidad.
El azul de mi verbo es la voz vestida,
quizás me haya vuelto más espabilada al dar un giro y cruzarme con
aquellas palabras que jamás enterré,
pero hoy más que nunca prefiero decorar mi patio de una sonoridad sin
confusión,
de miedos que ya han sucedido
de instantes que se han perdido porque no he ganado la batalla como el
poder que también me condena
llena de ese sabor enajenado que me colma la vacuidad reñida de una
caricia que se multiplica.
Nadie es viejo, nadie no es nadie.
Todo sirve todo es todo.
La filosofía del amor nos enseña
el arte de una flor es poesía floreciente en movimiento.
Los calcetines poseen el sello de la magnificencia.
Es magnífico girar sobre unos calcetines tejidos de metal, la flor de la
sabiduría.
No es fingir que duermen los ángeles sin sueños-dudas.
Me he inspirado remando con paciencia
la maníaca inteligencia de donar las prisas de artes cautivos de una pluma
que no escribe. Se halla ruborizada.
Me he calmado ya cuando experimenté el metodismo de un Allegro
cuando medité si debía fallar a mi destino o continuar
la vibración del Sol que me agita sin dudar.
He apostado por el viento y sus plumas
por lo orgullosa que estoy de no serlo,
por el hogar que es tan apacible sin mentalizarte de que nunca serás más
pintor si no te lo propones sin objeción.
Es tan radical el día y su pasar.
El narrar, el moverse de aquí para allá.
Qué bravo por el instante y su contínuo devenir,
bravo por la historia de los saltos acrobáticos, del ejercicio físico triunfalista,
de la escritura de la danza de múltiples secretos...
© 2004 Eva Barberá del Rosal