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¿Y si todos sonríen, por qué no rogarles?
¿Por qué no pedir en esta noche sábanas suaves?

En el abanico de los que saben más hay
un diseño claro: nadie lo explica pero todos lo admiran.

No hay por qué preguntarse por los caminos
naranjos a la noche, acompañados, como no

hay que preguntarse por esa pareja que piensa
y brilla como las estrellas, o los parques en octubre

no hay que preguntarse por ese guardia
generoso que cierra el museo unos minutos tarde

para que los niños alcancen a reír con
el último cuadro que jamás entenderán

pero les atrae.

No hay por qué preguntarse por qué un
extraño voltea y nos sonríe en el hipódromo

compartiendo un tiempo ajeno, como no hay
por qué preguntarse cuando, ya bien de noche,

el bus se esmera en dejarnos temprano
en casa, tampoco habrá preguntas en los brazos

de la que, secándose las manos, nos abre
la puerta con cara de deseo concedido

no hay por qué preguntarse el hecho de saciarnos
en el abrazo de un amigo, en las risas

cómplices, en el encuentro sincero, no hay
por qué preguntarse por la bendita presencia

salvadora del hermano mayor allí frente
al pariente que nos intimida, no hay

por qué preguntarse por la sincronía asombrosa
de un padre que entra justo en el momento

en que la madre necesita ese consuelo,
bañado de azar y noches de temor

¡y la música! ¡si nos preguntáramos por ella!
Mereceríamos de inmediato la bofetada

por impertinencia, por incredulidad, por deshonor,
por torpeza por preguntarse por qué ella amarra

los zapatos del pasado, cuando solamente
el caminar en nuestro linde, nuestro aire;

no hay por qué preguntarse por el vuelo
solitario de un pájaro ni por sus compañeros

que saltan en sus patas aún por los
gusanos extintos (el gato se lame los bigotes)

no hay por qué preguntarse por la delicia
de los caminos aledaños, son intransitables

por el silencio que los baña en ramas
y humedad.

No hay por qué preguntarse por todas las palabras;
las que brotaron primero son generalmente las correctas

© 2004 José Ignacio Silva Anguita
LOS FUEGOS APAGADOS, II
JOSÉ IGNACIO SILVA ANGUITA

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