Poesía Inicio
I.

Cada día viene un día
que no traerá otros nuevos

se nos presentan lugares
como flores, y son los ciclos

aquellos que dicen:
"...tu irás, a ti vendrán".

¿Y el sol? Es el invitado
que lo dirige todo, sin rostro

¿Y las aguas? Oh, el capricho,
el capricho que las junta

alrededor del castillo
sin besar el desierto solferino.

Arriba, más arriba de los sueños
alguien reposa, de todas formas

todo está colgado, dispuesto,
tiempos, risas, el polvo en el muro.

Afuera, lejos de los vientos y el deseo,
camina alguien, sin salir de su eje

no lo rompe, aunque en él se marchita
la semilla puesta en el día con presagios

¡qué de luces no quisieran cegarlo!
¡qué de vientos remecerlo en su costumbre!

sus pasos, y la medida del barro hundido
no dan el son que todos tienen impreso,

no hay canción para ellos, ni medianoche
ni sangre que honre la cortada -viva, dulce-

dónde caminará él, con las heridas abiertas,
qué nomenclatura pondrá a sus pies

alguna otra escritura rodante, vagabunda
de ojos, arrebolada en su soberbia perenne

destrozada ante los ojos del erudito o
sin gloria ante los nublados del pelmazo.

Qué fácil pregonar que se es el idiota
cuando se es falso, manchado de comidas

mal servidas e infectas, tal como el poema
escrito al calor del servilismo, por latas de olvido;

la inautenticidad no moldea bufones célebres,
sino un barro inmodelable, que será

ajusticiado con paciencia por la tierra sana
-gira de nuevo en el ruedo el tic tac de la muerte-.

Sin caminata, no hay viaje, entonces dónde
habrá palabras, qué vacía está la red,

dónde habrá peces, palabras, y el mar...
se descascaran los ojos, lágrimas, reflejos

habrá un polvo ante el que todos han presentado
una misiva infamante, una vela prendida,

algún baile con narcóticos -algún fervor
de parque labrado por el progresismo-.

Nunca hubo valor, nunca latidos,
y en cuanto la palma no transpiró miel

dejó se susurrar el cuero anodino de la marcha
-no se repiten las frases, como el sol-.

La ley espera, se aburre, tomará sus cosas,
se irá lejos, en el carro que nos ahoga.

La fidelidad, como la palabra, voló lejos
junto con todas las palabras grandes

junto con todos los signos que, en un
rapto de divina insolencia fueron usados aquí

el rugido de los añosos reptiles de hielo
ya atomizará el veneno nivelador, y la luna...


© 2004 José Ignacio Silva Anguita
EL DESIERTO ENTRE LAS FLORES
JOSÉ IGNACIO SILVA ANGUITA

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