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Los poetas suelen dedicarse a un diálogo concreto entre ellos, sobre la sospechada pureza de un verso como representación ideal de "lo sentido". Muchas veces, el debate se arraiga en la cuestión de una formalidad o tradicional o moderna, manifiestas en cada ocasión por la rima métrica o por el llamado "verso libre". Y unos recortan un terreno intermedio, excluyendo tanto la rima como "la poesía visual" donde el texto cobra la forma de un objeto, un paisaje, un símbolo o una geometría cualquiera.
Gracias a mis años de exploración del tema, recuerdo con interés muchos intercambios que he tenido con poetas tanto mayores como menores que yo, unos cuantos de renombre internacional y otros principiantes. Este tema siempre surge como algo central en la evolución del poeta como artesano. Todos somos artistas de la palabra, y lo sentimos profundamente, hasta imaginar que estamos en la raíz de la actividad civilizada, humana, buscando el significado crudo, sin artificio, e intentando prestar un elemento ritual a su revelación. Así que muchas veces quedan sin prestigio los beneficios de un tratamiento artesanal a la obra poética, rechazados por temor a la contaminación de la función de sacerdote o de místico que sienten muchos poetas.
El momento de inspiración es tal que lo que ocurre en la página delante del poeta, es una expresión más o menos directa de lo sentido, modificado tal vez por la imaginación y por las ansias de trasladar el sentimiento a la página en blanco. Los poetas aprenden muy temprano que el sentirse inmerso en un proyecto de descubrimiento místico es tan agradable como necesario. La cuestión de estilo se trata con mucha sospecha, como si se tratara de una corrupción del verso original, puro, preciso. Y de hecho, lo es, pero lo es por la misma razón por la que el poeta busca ese estado de abstracción y contacto con el significado sin artificio... porque la poesía existe como medio de expresión en un mundo enteramente compuesto de artificios, y utiliza como material de construcción el artificio principal: el lenguaje.
Lo que he aprendido tras muchos años de negociar ese terreno de intereses artísticos es que la formalidad de un poema puede hacer oscurecerse el significado de forma anti-expresiva, mientras la búsqueda de la palabra precisa, la frase óptima, aunque no tenga formalidad tradicional, aunque esquive en todo caso la rima o la métrica deliberada, puede llegar a la expresión más delicada y elegante. Todo depende del poeta, y hay ocasiones en que la anti-formalidad puede crear misterios y despistas iguales a los de la rima o la métrica demasiado extrictas o imponentes.
Eso nos guía a otra cuestión de la poética versátil (o, por no dejarlo sin decir: versútil): el hecho interesante de que el poema oscuro, laberíntico, altamente simbólico y difícil de navegar, puede resultar aún más expresivo y productivo que el poema sencillo, directo, sin adornos. Es importante la adecuación de la forma elegida tanto al tema como a las palabras y las frases elegidas por el poeta artesano. Hay casos donde el poema que no deja relucir nada más que unas cuantas imágenes y un sentido fuerte de colores vivos y persistentes, llega a ser el que más fácilmente se recuerda, y que a lo largo de una vida de lectura produce más ruminaciones poéticas, metafísicas o sentimentales.
En fin, la poesía es arte, y el artista tiene que decidir qué grado de artesanía y desarrollo quiere aplicar al tema que intenta plasmar en verso. El gran poeta chileno, Pablo Neruda, se designó "poeta carpintero" por el gusto de utilizar elementos naturales y de construir paisajes útiles en su visión poética, y porque trabajaba los versos con cuidado y con artimaña. Para mí, y para varios de mis colegas poetas, en trascender la rima, en sobrepasar ese muro de la formalidad (muchas veces) arbitraria, el poeta alcanza un campo de posibilidades más amplio y más exigente, pero con mayor potencia expresiva. La forma de un poema, construido por elección directa del poeta, logra ser una formalidad no arbitraria sino versátil, y necesaria en el contexto de la búsqueda de la expresión óptima según reglas y límites particulares al poeta y a la obra como tal.
Esa pureza del primer instinto poético es un ámbito sentimental, espiritual, humano e interno. El acto poético no puede igualar esa experiencia particular e insólita; pertenece a otro ámbito que llamaría más bien artesanal, humano pero externo, con fin de comunicarse con otros seres sentimentales. Partiendo de ahí, logro sugerir como punto de arranque editorial que el poema tiene que ser al final una distorción deliberada (si hermosa) de su inspiración original.
La física del acto de invención poética lo manda: pasamos de un estado pasivo, interno, ideal, a un campo abierto, lleno de rumores ajenos y desvíos tentadores, un terreno abstracto pero inmerso, contagiado del mundo de artificios, y orientado hacia afuera. La vida del poema, su salud como ente propio, depende de su capacidad de enfrentarse con esa marea de escombros y conflictos que es el foro y el ambiente nutritivo de los lectores posibles.
En ese sentido, veo como afirmación de la inspiración original de un poema y del papel preferido de los poetas de místico o de curandero que las mondarajas de las frases e imágenes que se quitaron del poema puedan sobrevivir y crear otros poemas más, con estilo y propósito paralelo o hasta enteramente distinto.
Cada poeta, cada escritor tiene que dedicarse como artesano a buscar en las
palabras que encuentre útiles para sus fines la forma que mejor manifieste
su significado intencional. Será cosa propia encontrar un estilo, o
unas reglas generales que le guiarán a su estilo óptimo para
cada poema, pero creo que es importante no temer la contaminación del
verso por el trabajo del poeta. Por eso existen los poetas, para trabajar
los versos y esculpir la obra mejor definida y elaborada que puedan encontrar
en el mármol del artificio lingüístico.
© 2004 Joseph Robertson