El mundo está escrito sobre una tela de voces que ninguna puede ser en sí más que un hilo, un cruce, un fortalecimiento muscular del éter. Está construido de gestos y formas, figuras tanto desnudas como revestidas para otro fin… en cada escena se ve una ráfaga de trasparentes incertezas que proponen a su manera y en el ritmo que les consten las circunstancias, texto que es también cuerpo, sangre, oxígeno, hierro, ley, contratiempo, y sagaz paciencia.
Los elementos básicos de un universo donde cada ser, cada materia, cada movimiento, cada fuerza, se inscribe a su vez en las arrugas y texturas de cada contacto a su alrededor, un mundo donde la inscripción de una cosa sobre otra es constante y generativa, como el nuestro, como el reino de la sensación y la experiencia, contribuyen a formular una experiencia insospechadamente ética de todo lo que se mueva o se presente como fenómeno. Es una ética de texto y contexto, relativa, pero no relativista:
una ética que no contempla el remordimiento sino la precisión en los significados, en la semántica, en las señas que traen desde lo invisible la intención, la comprensión, el choque tanto eléctrico como tempestuoso, precisión en no decidir falsamente los límites de otra existencia que ya vive y respira límites auténticos, internos, ambientales, y perceptivos, una ética que se resuelve en aproximarse a los retos del conocimiento de un ser hacia otro, sobre otro, dentro de la energía de otro, planteándose otro.
La función de esta cosmología logo-ética es disminuir la violencia física y emocional, situando la exigencia moral en la fidelidad a los significados, o sea, en el respeto básico del proceso de comunicación, que en su más desarrollado funcionamiento, muestra un respeto vital por la humanidad del interlocutor, aunque la comunicación se trate de un desacuerdo o de una oposición existencial entre dos tribus.
Elevar la comunicación en sí, dar lugar a una visión de lo que es hacer mundo haciendo que se entienda, evocar la humanidad de cada uno con letras puestas con la sabiduría necesaria para crear el tejido preciso de explicaciones, ciertas, logradas, lo bastante elásticas para llevar el peso de lo que sea, pero lo bastante firmes para no salir de la corriente de la verdad que hay en el fondo.
Pero no es sólo ética, es enfrentarse a algo. Es enfrentarse a la cuestión incontestable de qué somos, de por qué somos, de qué hay que hacer para hacer bien. Es enfrentarse a la verdad de que las verdades no nos comunican esos detalles, sino que dan lugar a nuestra manera de vivirlas, que puede ser o más o menos acertada, y que puede o no provocar disgustos o éxtasis. El mundo escrito está escrito en nuestro propio ser, y todas sus expresiones se entrelazan con esa afirmación incompleta que llamamos ‘existir’ como quiénes somos.