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16 octubre 2006 :: Carlos Trujillo Conocí a Gonzalo Millán, o para mayor precisión, la poesía de Gonzalo Millán en una antología publicada por el Grupo Trilce de Valdivia; luego creo haber leído otros poemas suyos en una antología de poesía chilena hecha por Alfonso Calderón y publicado por Editorial Universitaria. Año de edición y demás datos no importan al tema de esta nota. Lo cierto es que en ambas antologías, Gonzalo era el último de todos, es decir, el más joven, el más reciente de los poetas que empezaban a mostrarse en la vitrina nacional. El más joven de todos, pero con un lenguaje y una poesía en la que ya podía verse el poeta que llegaría a ser. Todo estaba allí, sus temas, su lenguaje tan particular, la precisión del verso. En ese tiempo yo no conocía personalmente a ningún poeta y sólo sabía de esa extraña fauna por sus libros. Claro que a Neruda lo había visto más de una vez, y también en mi universidad habíamos estado esperando una ofrecida visita de Jorge Teillier, que nunca se cumplió, pero de conocer a un poeta y hablar con él, nunca en esos años. Extraños seres a quienes no se les podía ver más allá de las páginas de sus libros. Luego nos cayó como un derrumbe ese 11 de septiembre que no hemos olvidado y Gonzalo, como muchos compatriotas, partió al exilio y no se le vio más por Chile hasta cuando gracias a un permiso especial pudo llegar al Encuentro de Poetas Jóvenes de 1984 organizado por la Sociedad de Escritores de Chile que entonces dirigía Ramón Díaz Eterovic. Como ya he dicho, puede que los datos no sean exactos, que la memoria es una maestra cuando quiere confundir las cosas. En ese encuentro finalmente pude conocer a Gonzalo Millán quien llegaba con su libro La ciudad recién editado. Conversamos muchísimo, intercambiamos libros como era el uso de aquellos años solidarios, hicimos muy buenas migas y luego volvimos a encontrarnos dos o tres veces, nada más. Pero siempre quedó en mí la imagen de ese amigo a primera vista que me encontré en aquel encuentro realizado en Simpson 7, Santiago. Cuando salí de Chile, siempre me llegaban noticias a través de los amigos, que está por aquí o por allá, que está en Europa, que volvió a Canadá, que se quedó definitivamente en Chile. No sé si el poeta se movía de un lado a otro con la rapidez del pensamiento, pero siempre me llegaban noticias de sus viajes y de sus libros. A eso de las dos de la madrugada me despertó una llamada telefónica desde Chile preguntándome "¿Es cierto que murió Gonzalo Millán?" A lo que no pude responder más que "no tengo idea, hombre. Estaba durmiendo." Esta mañana reviso mi correo electrónico y la noticia se volvía definitivamente dolorosa, "ha muerto Gonzalo Millán." Entonces pienso que nuevamente tendré que conformarme con ver solamente a través de sus libros a ese buen amigo y gran poeta que escribió:
Hace un par de semanas, hablando sobre Nicanor Parra a un grupo de estudiantes de Swarthmore College les decía, medio en broma, medio en serio. "No saben ustedes la alegría que da tener entre nuestros poetas vivos a Nicanor Parra y Gonzalo Rojas y Ernesto Cardenal y Juan Gelman, nacidos entre 1914 y 1930. A los poetas de la América hispana nos da una tremenda alegría tenerlos a ellos vivos porque así, incluso, cuando hemos pasado el medio siglo podemos seguir sintiéndonos poetas jóvenes." Pero de repente nos llegan noticias como ésta y la broma se acaba igual que la sonrisa.
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