Autobiografía de Rubén Darío
Rubén
Darío
La vida
Felix Rubén García Sarmiento (Rubén Darío) (San
Pedro de Metapa, 1867-1916). Nicaragua.
Era hijo de Manuel García y Rosa Sarmiento, nació el 18 de enero
de 1867. En 1881 escribió artículos para el periódico político
La Verdad y poco después se fue a El Salvador y dio clases de gramática.
Regresó a Nicaragua en 1883. Hacia 1890 se casó en El Salvador
con Rafaela Contreras, con la que tuvo un hijo (Rubén Darío Contreras).
Ésta murió en 1893 y ese mismo año se casó con Rosario
Murillo. En 1892 Darío viajó a España, en nombre del gobierno
de Nicaragua, para la celebración del 400 aniversario de la conquista
de América. Y en 1893 fue diplomático en América y Europa.
En Argentina trabajó para el periódico La Nación de Buenos
Aires y en Madrid conoció a quien sería por mucho tiempo su inspiración:
Francisca Sánchez.
Durante años recorrió Europa enviado por el periódico La
Nación. Volvió a Nicaragua en 1907 y fue recibido con honores
y nombrado ministro residente en España. Vivió otra vez en Europa
hasta 1915, en que regresó a América invitado por el presidente
de Guatemala.
Murió el 6 febrero de 1916 en Nicaragua.
El poeta
Esta autobiografía, de la que hoy no se encuentran ediciones, destaca
por su sinceridad y simpatía. Darío es casi coloquial, sarcástico,
franco a la hora de mostrar las fronteras entre sus compromisos políticos
con unas repúblicas endebles y su vehemencia literaria; no duda en contarnos
anécdotas hilarantes sobre políticos y artistas. Al principio
del libro sorprende el interés de los políticos de su tierra por
su precocidad literaria. Se trata de ese clásico matrimonio entre saber
y poder que ha hecho a más de un poeta refinado y racional miembro del
cuerpo diplomático de una nación o figura pública aupada
o atacada por el gobierno. Darío lo cuenta del modo siguiente:
Era presidente de él un anciano granadino, calvo, conservador, rico y religioso, llamado don Pedro Joaquín Chamorro. Yo estaba protegido por miembros del Congreso pertenecientes al partido liberal, y es claro que en mis poesías y versos ardía el más violento, desenfadado y crudo liberalismo. Entre otras cosas se publicó cierto malhadado soneto que acababa así, si la memoria me es fiel:
El Papa rompe con furor
su tiara
sobre el trono del regio Vaticano.
Presentaron los diputados
amigos una moción al Congreso para que yo fuese enviado a Europa a educarme
por cuenta de la nación. El decreto, con algunas enmiendas, fue sometido
a la aprobación del presidente. En esos días se dio una fiesta
en el palacio presidencial, a la cual fui invitado, como un número curioso,
para alegrar con mis versos los oídos de los asistentes. Llego y, tras
las músicas de la banda militar, se me pide que recite. Extraje de mi
bolsillo una larga serie de décimas, todas ellas rojas de radicalismo
antirreligioso, detonantes, posiblemente ateas, y que causaron un efecto de
todos los diablos. Al concluir, entre escasos aplausos de mis amigos, oí
los murmullos de los graves senadores, y vi moverse desoladamente la cabeza
del presidente Chamorro. Éste me llamó, y, poniéndome la
mano en un hombro, me dijo, más o menos:
-Hijo mío, si así escribes ahora contra la religión de
tus padres y de tu patria, ¿qué será si te vas a Europa
a aprender cosas peores?
El diplomático
Son numerosos los personajes célebres que Darío cita en estas
páginas. Desde figuras del independentismo latinoamericano como José
Martí hasta conservadores como Juan Varela, con quien, pese a las discrepancias
políticas, tuvo una cercana amistad literaria.
Uno de mis mejores amigos fue don Juan Valera, quien ya se había ocupado largamente en sus Cartas Americanas de mi libro Azul, publicado en Chile. Ya estaba retirado de su vida diplomática; pero su casa era la del más selecto espíritu español de su tiempo, la del "tesorero de la lengua castellana", como le ha llamado el conde de las Navas, una de las más finas amistades que conservo desde entonces. Me invitó don Juan a sus reuniones de los viernes, en donde me hice de excelentes conocimientos: el duque de Almenara Alta, don Narciso Campillo y otros cuantos que ya no recuerdo. El duque de Almenara era un noble de letras, buen gustador de clásicas páginas; y por su parte, dejó algunas amenas y plausibles. Campillo, que era catedrático y hombre aferrado a sus tradicionales principios, tuvo por mí simpatías, a pesar de mis demostraciones revolucionarias. Era conversador de arranques y ocurrencias graciosísimas, y contaba con especial donaire cuentos picantes y verdes.
Las confidencias
Esta autobiografía se precia de ser un panorama de los finales del siglo
XIX y los principios del XX. Época en que se fraguan los cimientos de
los Estados Unidos, Latinoamérica y la Europa contemporánea. La
confidencia y la intensidad de las intuiciones y percepciones de Darío
tienen aquí su máximo esplendor.
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