MITO-HISTORIA
Estoy sentado en la cumbre de un cerrito, de los que la gente llama "altos"(aquí en la isla), desde donde se tiene un panorama impresionante: el mar azul, de un azul desteñido, quieto como una muchedumbre postrada ante un altar; la costa de la isla cercana casi encima, sus casas nítidas, sus árboles, sus murras. Y hasta se puede ver, aguzando la vista, la gente que trabaja en la siembra de papas. A la izquierda y lejano, el pueblo de Curaco de Vélez. Se ven las casas de una blancura apagada, aunque son de diversos colores, y, al centro, una iglesia por donde pasan los muertos y los vivos en un camino desconocido. El viento marino que me enfría el rostro es la vida. Y esta rama de radal o de maqui, y este sol achacoso, y estas calles como ríos secos, y esta gente como sangre, y este dolorazo de caballo que se sienta tras una mesa porque sí, porque le dio la gana. Esto es también la vida.
ANDA AL PUEBLO, HERMANO
Anda al pueblo, hermano,
anda;
y tráete plata y azúcar.
Anda, hermano, al pueblo
a vender estas cuantas gallinitas,
y tráete también esa luna grande
que siempre vemos reflejada
en nuestros ojos.
Seguro que allí debe estar
porque en el pueblo hay muchas cosas lindas
y allí debe de estar la luna.
Y tráete plata, hermano,
mira que el camino es difícil
y está oscuro debajo de la lluvia.
Anda al pueblo.
Yo aquí esperaré hasta que vuelvas
y te tendré tortillas en el fogón.
Apúrate, y tráete plata y azúcar y luna
porque estamos quedando atrás
y tenemos que alcanzar como sea
la orilla donde los otros llegan.
Anda, hermano.
Yo aquí, mientras tanto,
prepararé el fuego y la tierra
para que la hagamos florecer
cuando tú traigas plata y luna.
PALAFITO
Aquí ha comenzado un viaje. Lentos efluvios
de espuma hay en los sueños.
Lejanos gritos de ahogados hacen
abrir los ojos a toda la familia
en lo más recio de la noche.
Las mareas una y otra vez
van y vienen y terminarán inevitablemente
gastando los fundamentos;
mas nadie ha de morir. Aquí ha comenzado un viaje
cuyo destino desconocemos;
pero nadie saldrá nunca
de esta casa: en cualquier parte que estés
siempre verás estas ventanas con barrotes de madera,
el piso manchado de barro y sal;
te sentarás con los conocidos brujos que sienten
miedo por las agujas en cruz,
y la eterna siempre eterna lluvia sobre el techo.
Ahogados muy distantes me llaman en la noche:
hacia ellos voy, fatigado;
una avara esperanza llevo sobre
los campos que tiemblan de temor.
Un violento instante me tumba
sobre la espuma, y mi alma
al sereno palidece y queda
una blancura de sal que llama y llama
desde el fondo más terrible del mar.
Me abruma el silencio. Y el silencio estalla en una visión: veo a mi madre de pie junto a la mesa; como venida de la eternidad corta, con nazareno gesto, el pan y reparte su alma en cada plato que sirve. Veo la lluvia mojando los cristales. Se inunda mi mente: mi mente es una laguna, es un río, es un mar. Por ella navegan negros veleros de blancas velas y marineros que desde la trinquetilla de su lancha otean el horizonte. Mi mente tiene murmullos marinos, conversaciones de trieles en la noche, ladridos de perros eternos y hojas de ya muchos otoños acumulados en el pecho.
Cierro los ojos y veo un niño lleno de espuma que navega sobre la noche de agua.
ATARDECER EN CHANGÜITAD
El creciente aire, fino, entre hierbas,
alejado de toda duda posible, infla la blusa
entre sombra de póstumos ganados.
Se oye el mar, lejos, pero lo apaga
el ruido interior que emerge desorbitado
hasta el cielo, cual negra columna de humo.
Hora es de recogerse y guardar las herramientas;
pero, semicerrados los ojos
ante el crepitar de luces anodinas,
permanecen inmóviles los sentimientos
y giran sobre sí mismos.
La hoz ha segado el eterno instante
del encuentro en paz con el propio destino;
sólo el viento y las primeras estrellas
se instalan en los ojos.
Y en mitad del campo, solitaria,
una mujer levanta sus brazos
y vuelan los pájaros chillando hacia los ramajes yertos.
DE LO EFÍMERO
En los camillones, de cuerpo entero, está
granando la vida;
aunque por los caminos no dejamos
de andar enormemente
con este lacónico estirón de huesos
hinchados de humedad pasajera.
Y viene el río
que corrió entre los dedos guerreando
desde un ojo del tiempo
a los dornajos, donde hemos molido
la nuestra mía juventud
hasta que todo es líquido
y se evapora
sobre ruedas que no ruedan.
Y el hijo nace del parto seco
de una estrella,
para que siga otro más
de trigo, otro más de viento.
Y viene que somos un arado
que hace surcos en el mar,
día y noche arreando a varillazos
un organismo momentáneo
con palabras hermosas para llamar por las tardes
las gallinas y los recuerdos.
Cuando llegó el día de ir al molino -ese viejo molino de piedra que funciona a agua-, en casa nos levantamos muy temprano; aún era de noche. Fuimos al establo alumbrados por una linterna y sacamos la yunta que dormía sobre el estiércol. La enyugamos y, con la carreta llena de trigo en la noche, partimos a Curaco de Vélez. Sobre la playa negra los cauquiles iluminaban nuestros pies, y éramos como sombra de sueño a orillas del mar, y el sol comenzaba a pintar de colores el paisaje.
CAUQUIL*
Cauquil, Cauquil.
El mar aúlla en la noche como un lobo hambriento:
Cauquil, Cauquil.
Y hay sombras en mi carreta que se aleja
del mundo
rechinando sobre una playa negra
que amanece corcheteada a un ayer sin terminar.
Y aúlla el mar
y Dios sopla y sopla sobre Cauquil hasta que desordena los años
y se desinfla su cabeza de tanto soplar:
pero Cauquil permanece invariable
como una espada prohibida en medio de un millón de kilociclos por segundo.
En junio,
cuando el invierno es una boca a medio abrir,
Cauquil sube sube
con una lágrima en su motor
a rayar el cielo con un arco iris.
Pero Cauquil tiene una araña en el fondo de sus ojos,
y yo no tengo tiempo de mirar la hora
y me alejo del mundo
en mi carreta
y Cauquil se va quedando atrás, muy atrás,
y me alejo y me alejo,
porque mi corazón lo tengo anclado
en la tumba de mi retrato.
Y el mar aúlla en la noche
como si fuera un lobo prisionero en el tiempo.
* Fosforescencia de color verde-azulado intenso que se produce al caminar sobre la playa barrosa durante las noches estrelladas.
CARRETA JUNTO AL MAR
Avanza, avanza la carreta junto al mar;
el paso del yuntero con arco iris de ojo a ojo
queda en las piedras
como sombras crucificadas en los cercos del alba.
Y la delgada luz
que atraviesa las manos
y rompe el pecho, de cuya herida
mana la llovizna.
Y en mitad del cielo, un menguante enhollinado
de tanto siempre y siempre
que humea desde las pestañas quemadas.
Y el bosque arroja sus pájaros al mar
para que la sal se llene de alas.
Adiós adiós, madre; lejos va mi pensamiento semejante
a un caballo desbocado contra las rocas.
Junto al mar, la carreta de mis sueños es interminable
como la arena.
MIS MAYORES
A Padre y Madre que navegan sus secretos mares
Ellos amaron lo suyo.
Tantos años viviendo en el viento,
sacrificándose por un pan,
por un descanso en los hogares de la noche:
Coronación de la astilla que,
al picar leña, entró en los ojos del tiempo.
Aún estamos como estábamos: poco ha cambiado
desde las primeras emigraciones y posteriores regresos.
A la subsistencia de la lejanía
agreguemos la muchedumbre de signos filudos
que hieren la planta de los pies.
No hay remedio para el árbol que dice adiós.
No romperemos el horizonte
con las manzanas que caen al amanecer.
Desde el humo se habla para la memoria ennegrecida
y la lluvia ha humedecido tanto el aire
que no se pueden cerrar las puertas del corazón.
Ellos me arrancaron las murras andando a pie
en esta carrera florecida.
y arrendaron el cielo para instalar
la mesa de las bocas con hambre.
Ellos pusieron el idioma en mis hombros
e hicieron desfilar las palabras
al compás del ritmo de los abrazos.
Ellos pagarán mi deuda de hombre a la redonda
con el efímero cambiante perfil de las hojas.
Ellos hicieron un hijo y varios hijos
y después hicieron llorar a Dios con una cebolla.
Ellos son los fabulosos mendigos de la historia.
POEMAS ENTERRADOS
Vinieron los peores días de represión,
cuando hasta el aire estaba embrujado
y no maduraban las siembras
ni había comercio en las ferias.
Entonces tuve que enterrar unos cuantos
poemas para el futuro.
Tal vez ya hayan germinado y crecido.
Tal vez todavía estén esperando las primeras
lluvias para levantar su índice al cielo.
En alguna parte del pasado
han de estar ahora,
en alguna quebrada vivirán ocultos
como monstruos de sueño.
Y estos Poemas son los que deambulan
por los montes, los verdaderos
prófugos de las verdaderas prisiones;
éstos que un día sembré bajo la tierra
para el futuro.
FLORECIMIENTO
Habrá estado muy tiritón este avellano celeste,
y este pequeño arrayán inefable
habrá pasado sus lunas muy dormido
en el vientre sin estrellas.
Y aquel maqui junto a la de más allá
mata de chilcas habrán tenido
su fuego guardado en lo más hondo
que andan levantándole la cola
a los cometas distraídos.
Un invierno pasó como un barco,
y se perdió en el mar de los ojos. Y mi paisaje
se sacude la lluvia con rápido movimiento
de alas. El huerto maestro
florece. Así la pavesa vuelve a la llama,
la arena a la roca. El primer hombre
sale desnudo del aire y grita a todo pulmón
desde la copa del álamo más alto.