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Sobre Casavaria | |
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Mi padre me enseñó la apología del horizonte,
cuando volvíamos en breves cuestas a casa
desde la brevedad del mar.
Tuve el dolor de callar tantas cosas,
los ratos de inercia en los que mi piel
avanzaba a ramalazos entre la sal y el beso,
abandonarme los domingos
en doce o trece novelas que ingeniaba para el sol,
quedarme dormido detrás de mi madre
con la nana del sudor y la arena cayendo sobre mí.
Fui feliz y triste entre seres fusilados de espejos,
trocitos de mis huellas
que compartían sus olores a sangre y miedo.
Allí creí en las macetas de los balcones,
en los rosarios sin garganta de una semi-viejita de laca,
en los cubitos de hielo de agosto,
en las noches frías con cucuruchos bajo el brazo,
en los caballos dejándose el sueldo y los talones
en el hall de la playa.
Yo fui de niño tantos y tantos veranos juntos,
tantos y tantos kilómetros prometiendo orillas
que guardase mi padre...
Hoy he vuelto a Sanlúcar más Barrameda que nunca,
calladita al sonrojo de las primeras gaviotas,
y he sonreído con dos lágrimas de más
que no caben acá al fondo.
de la colección,
El oasis de las sienes
© 2004 José Manuel Vargas Breval