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Anoche por inquietud me puse a recorrer los viejos caminos de la infancia para buscarte a ti, a ti. Pasé por mares inmóviles de lágrimas inocentes, por debajo de infinitos cielos herodianos y una luna rubia de caballitos trenzados; no te vi. No te vi. Empezó a llorar y tuve que acogerme a las aras de un embarazo abismal, pero el crujir de huesos me retumbaba en los oídos y me sentía el cráneo desmenuzar en una baba sangrienta. Te busqué entre arbolillos de azúcar hilado, por detrás de murallas de muecas sonrojadas o en el hueco perfumado de una fotografía taciturna; no estabas. No estabas. Seguía llorando y decidí instalarme en el grito convulsivo del parto; miles de serpientes hipodérmicas deslizándose locamente por mis venas y mi cuerpecito amortajado por el caluroso sudario de inagotables sacudidas y bofetadas. Te descubrí conservando en una bolsa de plástico, arrullado por el suave canturreo del invierno. Al contemplarte me puse a nadar en el claro de tus ojos infantiles que miraban hacia arriba pero que ya no veían nada. La noche sigue llorando, llorando, y llorando... Duerme hijito mío, duerme. Acurrúcate al pecho de esta noche serena y al esfumarse tu cuerpecito en los agujeros sin fondo de una mohosa metamorfosis recuerdo tus tristes gemidos por los muros de esta casa.
© 2002 Salvatore Poeta