Gonzalo Rojas: Entre los recuerdos y los claroscuros
La poesía no es solamente un hilvanar de palabras donde se reúne el conocimiento poético. La poesía es, quizás, la expresión más auténtica de los sentimientos y la que permite que en cada nueva lectura se encuentren nuevos escondrijos y que se hallen nuevas interpretaciones. Desde esta dimensión la obra poética y su autor revelarán su contenido. Está dualidad se convertirá en trilogía con la interpretación del lector, quien en su análisis vinculará sus propios códigos socio-histórico-culturales con los que reestructurará la comunicación y creará una nueva relación de vasos comunicantes poéticos. Ante este panorama hay poesía que necesita de herramientas que descifren los signos del lenguaje e interpreten los significados de las posibilidades creativas.
No obstante, algunos poetas como Gonzalo Rojas eliminan las barreras culturales y nos convida a una lectura sin rebuscamientos del idioma. Una de estas experiencias vivenciales se encuentra en el poema “Carbón”, el cual en un lenguaje coloquial y a través de una metáfora sencilla nos abre el pasado-presente para entrelazar los amores de la naturaleza, la familia y la patria chica; así como valores tradicionales que todavía son practicados en los pueblos lejanos a las grandes urbes. Ese universo de antaño que entrelaza los principios inculcados en la niñez y los recuerdos transmitidos por generaciones. Remembranzas que al ser unidas a las vivencias propias, nos proporcionan el andamiaje con el que está construido el poema.
Gonzalo Rojas incluye “Carbón” en su libro Contra la muerte, editado en 1964. Títulos de sombríos donde el color oscuro connota lo fúnebremente negro. Sin embargo, en el poema, la vida emana desde las sombras para transitar las imágenes existenciales expresadas por el poeta. “Carbón”, no es un título al azar, sino una palabra que describe por sí misma una materia sólida, dura y térrea. “Carbón” es la naturaleza esencial, primitiva y elemental. La misma palabra que puede narrar la historia de la ciudad de Lebu, bautizada así por el río del mismo nombre. Lebu, la ciudad capital de la provincia de Arauco y el centro de la industria carbonífera de Chile. Lebu, que no es un nombre tomado al azar, porque ésta es la ciudad natal del poeta. La que conoce palmo a palmo para intercalarla entre sus recuerdos como Lebu cuna y Lebu juventud. Lebu, la patria chica donde brota el “Carbón”. La urbe que ha detenido en su tiempo, o más bien, la que une a su imaginación de la niñez y la fantasía. La nostalgia que evoca ciudad y río para crear poesía.
Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.
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Desde esta primera estrofa, Gonzalo Rojas, nos introduce al mundo de sus memorias, el de los instantes de melancolía. La paleta poética es sombría y está cargada de claroscuros. El poeta ha tomado el pigmento de la palabra y despaciosamente pinta con su visión de niño un paisaje cargado de sensaciones adormecidas. La lentitud armoniza con el sentido de pertenencia, cuando a él se une la ciudad, el hogar y la familia. Un punto denotado en un tiempo y que indica el lugar desde donde sin distancia se procederá a contar una historia. Desde la primera estrofa nos está preparando para llevarnos a un viaje hacia el instante que se quedó en la intimidad del poeta. Ese momento que verso a verso se intensificará gramaticalmente para tocarnos profundamente. La metáfora se vuelve un instrumento para atravesar cada uno de nuestros sentimientos.
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Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.
Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.
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Los versos se desbordan hacia los años infantiles, el pasado es ahora el presente. La palabra poética está inmersa en el ansia que espera la llegada del ser amado. El padre, que se atreve a atravesar el río en una estridente “noche torrencial”. El poema es la angustia por el hombre que está a merced del vendaval y los elementos. Silaba a silaba se acrecienta el orgullo por la figura del padre. La preocupación es una expresión del amor que se refleja en cada estrofa. Los sentimientos se vuelven tan íntimos y a la vez tan universales cuando escribe que “me estreche en un beso/ y me clave las púas de su barba”. Un verso que comparte una profunda familiaridad y añoranza, un compartir que le fue arrebatado al poeta, cuando siendo un niño de cuatro años muere su padre. Recuerdos de ausencias y añoranzas están inmersos en la brevedad de estas palabras, donde la voz lírica nos da un recuerdo, que puede unir generacionalmente a la familia humana. “No hay novedad”, escribe el poeta; no la hay para “Juan Antonio Rojas”, e inmortaliza al padre con nombre y apellido. Una muestra de amor filial, un reconocimiento al apellido Rojas que le da la herencia de ser quien es.
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Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.
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Sutilmente aparece la denuncia de las desigualdades sociales, cuando en esta cuarta estrofa sobre un solo hombre se acumula “embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso/ contra la explotación, muerto de hambre”. Una realidad que inicia un preámbulo hacia donde la palabra “Carbón” connota las entrañas de la tierra en un simbolismo social, cultural, histórico y mítico. “Carbón” que al mismo tiempo es un manifiesto del mineral parido por las largas jornadas del dolor minero. “Carbón” que al arder genera vida y que para obtenerlo, también, reclama vidas.
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Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.
Gonzalo Rojas es una invitación a leer porque el lenguaje coloquial facilita visualización de la palabra. Una falta de rebuscamientos que añade peso poético al transcurso de las vivencias que se van añadiendo entre pérdidas y ganancias, experiencias, que siempre son incluyentes y nunca excluyentes. A través de “Carbón” la palabra se ha creado desde las formas referenciales que están en la misma sociedad y que cuando interactúan establecen los significados. Los versos se sostienen en un anticipo del siguiente verso, para llegar finalmente al clímax melancólico donde el amor filial es hacia un padre ausente, pero vinculado por la madurez que dan los años. La que culmina con el conocimiento reflexivo de las situaciones y las cosas, porque habla a la ausencia y expresa la expectativa con propiedad. El vinculo que adquiere un mayor significado cuando los últimos versos se abren hacia un futuro encuentro, el que algún día espera tener con el padre ausente. En esta última estrofa, el poeta regresa al presente y cierra una breve autobiografía que continuará la herencia del ciclo perpetuo de la procreación en el “estáis multiplicados”.
Gonzalo Rojas, creó un diálogo poético donde la oscuridad se mantiene compenetrada en cada resquicio del poema, excepto, en la luz que el niño solicita a la madre. “Oscuridad hermosa” [1] que es rota por la luz porque sí “El sol es la única semilla” [2], este sol es de recuerdos y de vivencias. La semilla desde donde se extrae el lenguaje coloquial para poetizar los más rutinarios eventos. El inicio de un proceso de creación, en el cual el poeta percibe el mundo que le rodea y a sí mismo, para luego darnos una lectura que en su multiplicidad de interpretaciones se entrelaza al lector en un acto primigenio de fecundación intelectual. Allí, enriquece la conciencia del espíritu humano, cuando ésta puede reconocerse a sí misma en su esencia poética.
Notas
[1] Rojas, Gonzalo. "Oscuridad hermosa", Contra la Muerte, 1964.
[2] Rojas, Gonzalo. "El sol es la única semilla", Contra la Muerte, 1964.
Obras citadas
Gonzalo Rojas. Retablo de Literatura Chilena. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Chile. 3 Jun. 2008 <http://www.gonzalorojas.uchile.cl/antologia/index.html>.