De vidas que se van: Zenobia, amor y muerte en la última obra de Juan Ramón Jiménez
El 23 de noviembre del año 1951, Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez, uno de los más importantes poetas españoles del siglo XX, escribe en su Diario: “Preocupada por mi propia salud. ¡Sería un contratiempo atroz!” (8). El 1º de diciembre del mismo año dice: “Es curioso lo poco que se sienten las cosas cuando le vienen a uno encima. Primero está uno emocionado y confuso y luego casi no se creen. (…) Yo me siento tan bien que no puedo creer que esto pueda ser maligno…" (9). Sus peores temores se cumplen cuando le diagnostican cáncer. Los de su esposo también.
El 24 de diciembre ella emprende un viaje a los Estados Unidos, para someterse a una operación dificil, pero prometedora. La operan el último día del año, en el Massachussetts General Hospital, en Boston. El viaje lo ejerce sola, sin Juan Ramón, pero sus cartas la acompañan todo el tiempo, cartas en las cuales él “le escribe versos y canciones (…), o la exalta, no sólo como la esposa y compañera única, sino también como musa que inspira e influye en su obra” (Sárraga, VIII), pero de las cuales a veces emana una desesperación insoportable, causada por su ausencia: “¡Cómo se da uno cuenta del cariño en la ausencia! Dios mío, ¿cómo no me fui contigo? ¡5 días ya que te fuiste! ¡Cinco bloques de pena! ¡Cómo te quiero, Zenobia!” (Sárraga, VIII).
Extremadamente afectado por el estado de su esposa, Juan Ramón empieza a escribir poemas que van a componer su poemario De ríos que se van. Alfonso Alegre Heitzmann cita una nota que acompaña a un borrador de los siete primeros poemas del libro, donde el poeta dice:
Escribí estos poemas cuando mi mujer, Zenobia, estaba en Boston luchando con el azar, y lo mismo yo en San Juan (diciembre 51 – enero 52). Cuando mi mujer “salió del túnel” y volvió a mí, los correjí y empecé con ellos mis Destinos nuevamente, después del abandono de 1950, en diciembre de 1952. (22)
Aunque terminado en el verano de 1954, el libro fue editado por primera vez en el año 1974.
En 1999, Alegre Heitzmann prepara una edición de Lírica de una Atlántida, reuniendo en un volumen cuatro poemarios de Juan Ramón escritos en América. El libro De ríos que se van, que contiene veintiséis poemas en total, está dividido en tres partes: “De ríos que se van: I”, “Orillas que pasamos” y “De ríos que se van: 2”, precedidos de la siguiente dedicatoria: “A mi mujer, por la esencia de su alma ya vista”. La obra respira un amor intenso y un sufrimiento profundo, causado por la presencia de la muerte esperando ocurrir. La gravedad de la situación con la cual Zenobia se enfrenta, y la distancia entre los dos en los momentos críticos de su vida, provoca las reflexiones del poeta acerca de lo que ella es, de su estado físico y mental, del amor que los une, al igual que las reflexiones acerca de los misterios de la vida y de la muerte. A continuación, en este trabajo, trataré de mostrar cómo se elaboran estos temas en el poemario.
El título del libro, De ríos que se van, proviene del penúltimo verso de
”Concierto”, uno de los poemas clave de la obra, que habla de lo difícil que es vivir tratando de olvidar. En las primeras dos estrofas de este poema, el poeta crea un ambiente chocante, pasando a través de una bella imagen de la pareja abrazada y una personificación de su amor que “a cuatro ojos en llena fe se asoma”, “con su más noble franqueza”, a la imagen que, de una forma alegórica, revela la verdad de la enfermedad de Zenobia, lenta, pero imparable (“carcoma / cuyo hondo roer lento desmorona / por dentro la minada fortaleza”). Esa enfermedad es la realidad de los dos, y de ella no hay escape; menos en ese momento del olvido, el mismo momento amoroso de la primera estrofa, que trae una paz momentánea, precediendo a la paz eterna (en la muerte igualadora): “lo anteterno del descanso”. Ese “momento salvador” hace la corriente del río (símbolo de la vida, cuyo destino final e incambiable es la muerte) un poco más lenta, convirtiendo el tiempo y el espacio en un remanso “que aparta a dos que viven de su muerte”.
El símbolo del río, al igual que el símbolo del mar, ha estado presente en la literatura española desde hace muchos siglos. En una conferencia en la Universidad de Puerto Rico, Juan Ramón dice que:
Los poetas siempre han sido amigos de los ríos por el brotar palpable del agua, elemental como el de la inspiración; por su encauce, por su caminar, por su ir, por su huir, por su son, vuelvo a decirlo, por su ‘dar en la mar que es el morir’, buen fin que todo lo sume y lo funde, sin perderlo, en masas continuas de contención. (Paula de Nemes, 191)
El símbolo ha estado presente en la poesía juanrramoniana por muchos años también, lo que podemos comprobar con los siguientes versos del poema XCV de Estío, el primer poemario dedicado a Zenobia, en el año 1916:
El río se lleva, mientras,
la realidad de esta tarde
a mares sin esperanza. (122)
La idea es la misma: el destino irrevocable de cada vida es la muerte. Sin embargo, la diferencia entre los dos poemas mencionados está en el hecho de que los versos del Concierto, en vez de expresar una “simple” reflexión sobre los temas de la vida y de la muerte, (lo que ocurre con el poema XCV), transmiten una verdad triste que se funda en la realidad.
“El nombre de Zenobia casi no aparece en la obra de Juan Ramón, tan llena de nombres de mujeres, porque Zenobia es poesía desnuda en la vida y la obra del poeta y las otras mujeres son poesía vestida, es decir, aparecen con el nombre y adorno”, dice Graciela Palau de Nemes en su libro Inicios de Zenobia y Juan Ramón Jiménez en América (188). De ahí el uso del pronombre personal tú en vez del nombre personal en la poesía amorosa escrita después de la llegada de Zenobia a la vida del poeta. Los versos del poema “Sólo tú”, que abre el poemario, reflejan lo último. También reflejan lo que para el poeta representa su esposa:
¡Sólo tú, más que Venus,
puedes ser
estrella mía de la tarde,
estrella mía del amanecer! (361)
En la carta que Juan Ramón le escribe a Zenobia el 3 de enero, aparecen tres versiones de este poema. Con la ayuda de su esposa, él edita la versión final, en la cual ella se identifica con Venus, la diosa del amor, la estrella de la mañana o de la tarde, la más brillante de las estrellas, que ilumina la vida del poeta cada día, y todo el día, en el amanecer de su vida conyugal, al igual que en la tarde de la misma. Más adelante, en el décimo poema de la primera parte, “Fuego único”, Zenobia se presenta como una estrella otra vez, “estrella de los luceros” que siempre lo acaricia con el calor de su “llama roja, oro, morada, / blanca, azul, gris, negra luego”, inspirándole la vida, que de otra manera tal vez no se hubiera dado de una forma tan dichosa (“Si no me hubieras prendido, / no sé lo que hubiera hecho.”). La gradación que notamos en el uso de colores refleja los sentimientos que, con el curso del tiempo, se mueven desde la felicidad y la pasión hasta la más profunda tristeza. El poema termina con una pregunta que, al parecer, el poeta le dirige a su esposa: “¿Merecí arder, llama única?”, mientras que, en realidad, se interroga a sí mismo, tratando de descifrar si merece todo el cariño y el amor que ha recibido. A esta pregunta él no encuentra la respuesta y, sintiéndose perdido, grita: “¡Yo no puedo comprenderlo!”
Zenobia, en la mayor parte de esta colección, aparece tal y como es, sin idealización alguna. Podemos demostrar esto a través del segundo poema de la primera parte del poemario: “Sobre una nieve”. Juan Ramón lo escribe inspirado por una carta que Zenobia le envía desde el centro de convalecencia en Massachusetts y donde dice: “Estoy en el sitio más lindo que puedas imaginar porque después de una nevada de ayer ha salido el sol y el mundo está limpio y reluciente.” (Sárraga, IX). En el poema aparece una descripción de ella, acostada en la cama, enferma y frágil, apenas resucitada del mundo de la oscuridad:
Ni su esbeltez de peso exacto, tendida aquí, mi mundo, y como para siempre ya; ni a sus veces verde mirar de fuente ya con agua de sol sólo, ni el descenso sutil de su mejilla a la callada cavidad oscura de la boca, ni su hombro pulido, tan rozado ahora de camelia diferente; ni su pelo de oro gris un tiempo, luego negro, ya absorbido en valor único; ni sus manos menudas que tanto trajinaron en todo lo del día y de la noche, y sobre todo en máquina y en lápiz y en pluma para mí, ni… (362)
El polisíndeton característico para este texto, ni, que encabeza todos los versos de esta parte del poema, repitiéndose de una manera anafórica, sirve para acentuar el mal estado físico de Zenobia y su belleza disminuida por la enfermedad. Las imágenes específicas se reanudan, describiendo a la mujer parte por parte, hasta que en la mente del lector se produzca la sensación de una persona casi moribunda. Es ahí donde el poeta hace una interrupción en la continuidad del poema e introduce otra idea, contrastante, citando las palabras de la mujer, que en realidad no se pronuncian, y que tienen significado opuesto a lo que realmente significan:
“Mi encanto decisivo residía, ¡acuérdate tú bien, acuérdate tú bien!, en algo negativo que yo de mí tenía; como un aura de sombra que exhalara luces de un gris, sonidos de un silencio, (y que ahora será de la armonía eterna), incógnita fatal de una belleza libertada; residente, sin duda y más visible quizás en los eclipses.” (362)
Zenobia logra escapar a las garras de la muerte, y la eternidad queda “para más tarde”, por suerte del poeta, quien dice:”ella salió, como después me dijo, por la otra boca del pensado túnel y vio salir también el rojo sol sobre la nieve”. El contraste entre la blancura fría de la nieve y el rojo cálido del sol, que encontramos en este último verso, representa un eco de lo escrito en la carta de Zenobia, previamente citada.
El poeta parece estar obsesionado con las manos de su esposa, esas manos que, aparte de quererlo tanto, le ayudaban mucho en su trabajo. En el poema “Mirándole las manos”, él dice:
Amigo, mira siempre las manos que trabajan. Y ahora ve estas manos femeninas, que tan bien conoces, la derecha ayudada por la izquierda (tan pequeñas, todas alma y acero); mira la mano sensitiva, la mano pensativa. ¡Cómo se tienen y destienen, cómo se envuelven y vuelven, cómo acarician, cómo alzan, cómo atacan tan valerosas, tan suaves! Míralas con un libro luego, acompañando en paz, debajo, pero tan bien dispuestas, la escritura. (366)
A través de las manos de Zenobia, el poeta nos habla de lo que ella es, de su vida diaria, de su personalidad: sus manos son metáfora de ella misma.
Los ojos, en poesía en general, muchas veces representan los espejos del alma. La poesía juanrramoniana no es una excepción. Así, en el poema “El color de tu alma”, por ejemplo, el alma de Zenobia obtiene el color de sus ojos. Por su forma métrica, esta creación se parece mucho a un soneto y está repleta de diferentes figuras estilísticas, lo que puede verse en la siguiente estrofa, donde Juan Ramón, sirviéndose de paronomasias, repeticiones, metáforas y antítesis, define lo que adora en su esposa:
No es fulgor, no es ardor y no es rubor
lo que me da de ti lo que te adoro
con la luz que se va; es el oro, el oro
es el oro hecho sombra: tu color. (368)
Se establece una armonía en todas las cosas gracias al color del oro, que se encuentra por todos lados, en el alma, en el sol, en el árbol, etc, y es tan importante para el poeta que se iguala a su paz, a su fe, a su sol, a su propia vida. El mismo motivo aparece en los poemas “¡Yo lo quiero, ese oro!” y “Sólo guardo un tizo negro” (el noveno de la primera y el tercero de la segunda parte del poemario).
El poema “Nuestro ser de ilusión” (el quinto de la primera parte) se caracteriza por un uso excesivo de los pronombres personales, pronombres y adjetivos posesivos. El poeta juega con las palabras y escribe oraciones gramaticalmente complejas, con el fin de hacer que el lector confunda los conceptos e intuya la conexión espiritual entre dos seres que se quieren; dice: (“¡Yo les vi tu mí a tus ojos, mi tú les viste a los míos / tú. ¡Nuestro ser de ilusión / tú me has visto, yo te he visto!//”). En cuatro versos eneasílabos de este poema, el verbo ver se repite varias veces, acompañado, otra vez, por el correspondiente sustantivo – ojos: símbolo del alma. El efecto de ver el ser de una persona a través de sus ojos, transmite lo dicho de un plan concreto, al otro, más abstracto. La dedicatoria al poemario: “A mi mujer, por la esencia de su alma ya vista”, podría relacionarse muy fácilmente con este poema.
Las imágenes que nos transmiten algunos de los poemas de la colección dejan la impresión de Zenobia ya muerta. Son tan vivas, que pareciera que el poeta las hubiera tenido en su mente como algo realmente sucedido. Uno de esos poemas es “Lo que oír yo puedo”, (el sexto de la tercera parte), donde una verdad desoladora (que se presenta como “silencio fijo”, la “presencia de un fraguar eterno”, el “rozarme denso del secreto desvelante”, la “única respuesta”) impide que los labios de Zenobia le digan al poeta lo que él quiere y puede escuchar. El poeta parece encontrarse (físicamente o en su pensamiento), al lado del lecho de su esposa que está al borde de la muerte, o tal vez muerta ya en su conciencia. La repetición de los demostrativos este o esta delante de las palabras que se refieren a los misterios de la vida y de la muerte (metafóricamente presentados en el poema con la misma palabra), hacen el sentimiento doloroso muy presente, lo enfatizan, igual que los puntos suspensivos, que se encuentran al final de cada oración.
Algo parecido ocurre en el quinto poema de la tercera parte del poemario, “Dijo él sólo en 19XX”, donde el poeta entra en diálogo - o, mejor dicho, seudodiálogo - con su esposa, que está cruzando “el infinito verdadero”. El subtítulo del poema – “Como presentimiento de lo dichosamente incumplido” – nos transmite el temor del poeta a lo que pudo haber ocurrido, pero que aún, por suerte, no se realiza. Las oraciones interrogativas que se reanudan a lo largo de los versos anisosilábicos y con rima asonante, expresan la incertidumbre del poeta en cuanto al gran misterio de la muerte. Él y su esposa se ven simbolizados en los pájaros y su casa en el nido. El pájaro de “tiernas alas” está dejando ese nido y el de las “alas grandes” se ve incapaz de protegerlo y guardarlo allí, ya que ninguna de sus dos “plumas” - una a que se reducen sus alas grandes y otra, que le sirve para escribir -, lo puede alcanzar en ese negro infinito, “el todo negro solo verdadero”, en el que ni siquiera su luz tan clara se puede ver. De ahí proviene su angustia. El poeta se siente desolado frente al vacío de su vida y la soledad que se vuelve su cotidianidad.
La actitud de Juan Ramón hacia la muerte se refleja muy claramente en el poema “Los dos en más realidad”. El poeta se siente como prisionero en la vida, mientras que la eternidad de la muerte, la misma eternidad de la que vino, “el allí”, representa el mundo de libertad (“Yo vine de allí libre / y estoy preso en este aquí”). Se siente como un ser que tiene consciencia de lo infinito del allí, en el que él también lo era, pero no logra entenderlo (“antes yo era lo infinito / que hoy no se ya concebir; / soy sólo el que considera, / sin comprenderlo, aquel sí / que fue y que ahora es el no.”). Es interesante el uso de la palabra afirmativa sí y la negativa no, que se sustantivizan, (gracias al demostrativo aquel y el artículo el), refiriéndose al mismo concepto (el infinito que en la muerte lo es y en la vida no lo es). El verso: “…Y lo que iba a decir:”, con el que Juan Ramón, al parecer, quiere expresar una nueva idea, en realidad subraya lo anteriormente dicho: “morirme es volver a ser / lo infinito que ya fui, ser lo que ya no comprendo”. Al morirse, devolverá su libertad, se convertirá en un infinito de todo y de todos, donde todo se funde e iguala, y donde se unirá con su esposa para siempre, en la esencia de los dos, que, en realidad, es una misma: “(¡Y es estar contigo en ti, / mujer, cuando tú te mudes / para ese mismo sinfín!)”. Y no es necesario tener fe en que esa eternidad, representada en el simbolo de un mar, del “más gran mar”, exista, porque ella es un hecho y uno sólo tiene que marcharse hacia allá. Se destaca un dinamismo en los últimos versos, que refleja el movimiento continuo hacia la muerte, donde los verbos ir y morir se repiten varias veces y el último hasta termina la estrofa en forma de una exlamación: “ir, morir, ir, volver, ir, / llegar, morir, ir, ¡morir!//”, que enfatiza la gran verdad.
Toda una estrofa puesta entre paréntesis, sigue definiendo lo que para el poeta representa la eternidad de la muerte, la eternidad de todo, la nada de todo, su origen y su fin, que no tiene nadir ni cenit, que contiene las esencias de las cosas y no las cosas mismas (“Ser la nada de lo todo, / la sombra del cuerpo, sin / el cuerpo que es ya la sombra.”). El anhelo hacia la muerte libertadora lo subraya una vez más en el último verso, en la última exlamación, invitación a la muerte: “¡Pues venga todo el morir!”.
Deberíamos mencionar también el poema “A esta música cálida”, en el cual el poeta presenta la muerte como una nostalgia por las sensaciones hermosas que en la vida traen los sentidos: “Morir es no oír más esta música cálida que está sonando ahora; no oírla de la mano del amor. Es no oír más la mar esta con la música, el silencio que escucha, de la luna; no oírlos de la mano del callar.” Si tomamos la mar como símbolo de la muerte, podemos igualar la música que sobre él se produce como símbolo de la vida en este caso. Mientras la escuchamos, estamos vivos. El ritmo de este poema es muy marcado, especialmente en su segunda parte. Los paralelismos usados en la última frase (“lo que clama el dolor con el amor, lo que grita el amor con el dolor”), al igual que las repeticiones que, despues de cada coma, pierden algunos de sus elementos (“que ahora está sonando sobre el son de las olas de la mar, son de las olas de la mar, las olas de la mar, de la mar”) hacen que las palabras realmente resuenen en la mente del lector como “la música” de las olas de un mar.
Con la recuperación temporal de su esposa, regresan al poeta las ganas de vivir. Así, el noveno poema de la tercera parte, “Las piedras constantes”, celebra la vida (“¡Vida, preciosa vida / con el sol de la aurora!”), celebra la vuelta de Zenobia a la vida, vuelta al existir, “al conocido puerto”, “a más continuidad”, después de un viaje por la oscuridad, por“la sombra perdida”: el mundo de la muerte. La angustia que sufría el poeta mientras ella estaba inconsciente y “entre dos luces”, se ve reemplazada por un gusto de tener la posibilidad de vivir otra vez con ella a su lado y de sentir “el sol, el mismo / sol, el sol entrañable, / el sol de Dios” que, con su calor, “entibia / ya las piedras constantes”, inspirándoles una vida nueva. El poema está escrito en heptasílabos reunidos en las estrofas de dos, cinco y ocho versos. Cada una de las estrofas representa una frase exclamativa, lo que subraya la alegría del poeta frente al retorno feliz de su querida esposa.
El poemario termina con un poema de cuatro versos heptasílabos y rima asonante en sus versos pares, “Con tu voz”, en el cual el poeta nos habla de su propia muerte:
Cuando esté con las raices
llámame tú con tu voz.
Me parecerá que entra
temblando la luz del sol. (394)
La palabra raíces en este poema puede observarse como símbolo del espacio en el que el poeta (al igual que el resto de los seres vivos) va a “obitar” despues de haber muerto, pero también como símbolo de la fuente de una nueva vida, una “vida aún desconocida”, que en ese momento le podría inspirar la voz de Zenobia, igualada a la luz del sol. Una vez más se siente la esperanza de que los dos podrían estar juntos en la realidad del más allá.
Muy pocos años después de la escritura de estos poemas, lo que en el año 1951 “dichosamente no se cumplió”, finalmente llega a cumplirse. En 1956, Zenobia se ve nuevamente afectada por la enfermedad y a principios de septiembre viaja a Boston con esperanzas de que otra intervención quirúrgica pueda ayudarle a prolongar su vida. El viaje, sin embargo, no trae un desenlace favorable. No la pueden operar porque la enfermedad ha avanzado demasiado, y ella, desanimada, regresa a Puerto Rico, a pasar sus últimas semanas al lado de su esposo. A Juan Ramón le otorgan el Premio Nóbel de Literatura el 25 de octubre. Zenobia fallece tres días después. Antes de dos años, el 29 de mayo del año 1958, fallece también el poeta.
La influencia que Zenobia ejercía sobre la vida de su esposo era enorme. Como dice Gullón,
Ella era por un lado, paz y calma, la inmersión en la costumbre, regularidad en la tarea creadora; más también, y a la vez, aportaba a la vida de Juan Ramón movimiento y dinamismo, abriéndola a comunicación y relaciones que sin ella acaso nunca hubieran llegado a establecerse. Para entender adecuadamente esa influencia, es preciso abarcar su vario sentido: acelerador a veces, freno a menudo, estabilizador siempre. (Estudios…,16)
Ella era su sostén y su guía y su amor. De ríos que se van es un libro de Juan Ramón para Zenobia. De ríos que se van es un libro de Zenobia, en el que ella se nos presenta con toda su fragilidad física y toda su bondad espiritual. Se nos transmite la naturaleza de la relación que tenía con su esposo y los sentimientos que nacían de acuerdo con el momento en la vida de ambos. Si el estado de Zenobia estaba grave, ella en sus poemas parecía casi muerta, y el tono era pesimista; si su salud mejoraba, él celebraba la vida. El amor emana de las páginas de este poemario llenas de versos musicales y coloridos; y de poemas reflexivos, en los cuales el poeta trata de revelar lo que se esconde detrás del misterio de la vida y el misterio de la muerte, simbólicamente caracterizados en las palabras río y mar. Casi siempre en este libro resalta la esperanza, que una vez separados, ellos dos, que tanto se quieren, puedan reunirse en la eternidad. El poemario De ríos que se van cumple con su deseo.
Obras citadas
Camprubí, Zenobia. Diario 3. Puerto Rico. Madrid: Alianza, 2006.
Gullón, Ricardo. Estudios sobre Juan Ramón Jiménez. Buenos Aires: Editorial Losada, S.A., 1960.
Jiménez, Juan Ramón. Estío. Madrid: Taurus, 1982.
Jiménez, Juan Ramón. Lírica de una Atlántida. Barcelona: Círculo de lectores, 1999.
Palau de Nemes, Graciela. Inicios de Zenobia y Juan Ramón Jiménez en América. Madrid: Fundación Universitaria Española, 1982.
Sárraga Raquel. “Zenobia y Juan Ramón Jiménez (Navidades 1951-52)”. Anthropos 7 (1989): VIII – X
Obras consultadas
González Duro, Enrique. Biografía interior de Juan Ramón Jiménez. Madrid: Ediciones Libertarias / Prodhufi, S.A., 2002.
Gullón, Ricardo. El último Juan Ramón Jiménez. Así se fueron los ríos. Madrid:
Ediciones Alfaguara, S.A., 1968.
Jiménez, Juan Ramón. Libros de poesía. Madrid: Aguilar, 1959.
Palau de Nemes, Graciela. Vida y obra de Juan Ramón Jiménez. Madrid: Gredos, 1957.
Notas
Juan Ramón Jiménez (1881-1958), y Zenobia Camprubí Aymar (1887-1956), española por parte del padre y puertorriqueña por parte de la madre, contraen el matrimonio en Nueva York, en el año 1916, cinco años después de haberse conocido. Luego regresan a España y pasan allí los siguientes veinte años. Con la Guerra Civil, la pareja se muda a los Estados Unidos, donde el poeta ejerce la función de embajador cultural de España. No saben en ese momento que nunca más regresarán a Europa. En Cuba, Estados Unidos y Puerto Rico pasan el resto de sus vidas. Se establece entre ellos una relación de amor y respeto profunda, lo que se refleja en los poemarios que Juan Ramón escribe: Diario de un poeta reciencasado, Estío, De ríos que se van, etc. En ellos, especialmente en los últimos dos, Zenobia se destaca como musa que le inspira al poeta no sólo para crear, sino también para vivir.
Los poemarios que forman parte de Lírica de una Atlántida son: En el otro costado, Una colina meridiana, Dios deseado y deseante (Animal de fondo) y De ríos que se van. De estos cuatro libros, sólo el primero y el tercero habían sido publicados como libros autónomos.
Alegre Heitzmann en las notas que siguen “Lírica…”, dice que en diferentes borradores el mismo poeta divide el poemario en estas tres partes. Sin embargo, solamente los primeros siete poemas de la primera parte siempre siguen el mismo orden. Se publican por primera vez en enero de 1953 en la revista Ínsula y también aparecen, con otros dos añadidos, en la Tercera antolojia poética, publicada en el año 1957. La dificultad viene en la ordenación del resto de los poemas del libro. (474)
La segunda parte del poemario, como lo indica Heitzmann, representa un paréntesis en el cual Juan Ramón incluye tres poemas de la época que reflejan algunas de las circunstancias biográficas de estos años (474). Como estos poemas no tienen mucho que ver con los temas previamente mencionados, no me ocuparé de ellos en esta ocasión.
La mención de este poema y un borrador de sus primeros versos se encuentran en la carta de Juan Ramón, escrita a Zenobia el 24 de enero, mientras ella estaba en la casa de convalecencia en Massachussetts, después de haber sido operada.
Las tres versiones del poema también aparecen en el Diario de Zenobia, apuntadas el 16 de abril del año 1952. Aquí las cito todas: “¿Cómo puedes tú ser / estrella de la tarde / y de amanecer?//”;“¿Cómo tú, mujer mía, puedes ser / al mismo tiempo estrella de la tarde / y estrella del amanecer?//”; “Sólo tú, mujer mía, puedes ser / tranquilla estrella de mi tarde, / estrella inquieta de mi amanecer.//” (22)
El 16 de abril, en su Diario, Zenobia apunta algunos versos de este poema también: “En la vida que has vivido / por el espacio y el tiempo, / me tocó vivir contigo, / estrella de los luceros. // ¡Y cómo te merecí / yo no puedo comprenderlo!” (23) Podemos notar que el poeta ha cambiado los últimos dos veros en la versión definitiva, así que, en vez de sólo una oración exclamativa, tenemos una interrogativa y otra exclamativa.
Las frases que componen este texto pueden considerarse como versos, ya que, gracias a las repeticiones de elementos que contienen, la creación entera se vuelve muy rítmica y musical. Todos los textos de este tipo que caben dentro del poemario, tienen las características parecidas.
El poema contiene catorce versos endecasílabos reunidos en dos cuartetos y un sexteto, en vez de dos tercetos. Sin embargo, la rima es consonante y se sigue de manera caracteristica para el soneto: en los cuartetos es abrazada (ABBA, ABBA) y en el sexteto es entrelazada (CDCDCD).
Heitzmann señala que aunque el título dice “(19XX)”, en la parte superior izquierda de la pagina del original de este poema está escrito: “(Pasada o 1920)”, y en la parte inferior izquierda, “(1920, 17 de abril)”, lo que luego Juan Ramón tacha y pone encima “(1951)”. Parece que el poeta aquí relaciona dos hechos y dos fechas en el tiempo. (481)