2. En tren hacia Toledo, y Sevilla
A veces lo romántico coincide con lo necesario.
Este pensamiento se me descubrió ayer en el Museo de Arte Contemporáneo
Reina Sofía. De hecho, está muy ligado a la cuestión
del arte. La creación se anuda siempre con un sentido de necesidad,
pero el afecto que siente el poeta o el artista hacia lo creado se
arraiga en un romanticismo que siempre porta consigo la expresión
de lo antes escondido.
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Paisaje
visto desde Toledo |
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Incluso este viaje que ahora desarrollamos se comunica
con esta dualidad creativa. Durante mucho tiempo, he visto la posibilidad
de volver a España con un ojo puramente romántico, pero
después de sacar la Maestría y enseñar por un
año en condiciones de pobreza mezquina, siempre dedicado a
esa visión romántica de lo antes experimentado, empecé
a ver como absolutamente necesario este viaje, como tener que cruzar
un río para llegar a la madrugada del próximo día.
Viajar puede ser un acto creativo. Con el viaje, con
la velocidad, la novedad, la confusión, los espacios tanto
abiertos como cerrados, vamos creando más vida, creando un
futuro, creando nuevas fronteras para superar, juntos, los dos...
Y creo que fuimos los dos que nos perdimos en el paisaje
castellano, en tren hacia Toledo, que nos ocupamos de relacionar todo
lo que vimos con la posibilidad de conocer a fondo los secretos del
terreno. Toledo fue una experiencia grata, al aire libre, con algo
de lluvia, pero dentro de un esquema viajero que nos permitió
abrirnos al viaje, abrirnos a lo que sería negociar cuentas
y billetes y albergue.
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Sinagoga
Santa María la Blanca, Toledo |
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Entre Toledo y Madrid, pasamos varios días
dedicados al reconocimiento del espacio mutuo, que se había
esfumado en el mes que pasamos en caras opuestas de la Tierra.
Rumbo a Sevilla, escribo para centralizarme otra vez.
El tiempo parece que no fluye, que hemos parado, que todo haya parado
mientras naveguemos leyendas topográficas del ferrocarril que
nos entrega al Sur, a Andalucía la brava y guitarrista.
El paisaje nos presta visiones de verdes tanto marrones
como azules, pero más que nada, amarillos casi luminosos, extensos
y orgullosos. Ruinas de antiguas casas campesinas, que seguramente
todavía sirven de casas campesinas. El cielo está cargado
de nubes espesas, blancas y grises, bajas, pero fracturadas y dispersas.
Los olivares están rayados por las sombras nebulosas que se
interactúan como para preparar los derechos y las reglas de
una nueva época.
Todo habla de libertad, pero a la vez de lo inexplicablemente
necesario y propio. Muros de piedra de medio-metro cortan el paisaje
en granjas contiguas que dibujan un trencadis pastoral. Parece que
el suelo mira hacia arriba con una especie de gratitud. El tiempo
es distinto aquí, en el sur, y los colores lo anuncian.
Cuando llegamos a Sevilla, encontramos que el hotel
que reservamos es una joya: goza de balcones con rejas labradas, se
sitúa en una calle antigua, con baldosas y que casi no permite
pasar ningún coche por lo mínimo de ancha que es la
calle entre las aceras. Fue bien pintoresco el lugar, y al llegar
ya lamentamos la inminente salida de unos días después.
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Plaza
de España, Sevilla |
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La Plaza de España fue el final de trayecto para nuestro paseo
por la ciudad. Caminamos la ruta del Guadalquivir, que pasa por el
centro de la ciudad, y nos perdimos en el parque al lado de la Plaza.
En la Plaza de España, aprovechamos la oportunidad de remar
en el canal, ante la arquitectura insólita del pabellón
que rodea el agua. Después, fuimos a ver el catedral de Sevilla:
la construcción gótica más grande del mundo,
y desde allí vimos toda la extensión de Sevilla, toda
la ciudad orgánica en su color y su manejo de los siglos intermezclados.
De interés especial para Lainey, los naranjos que adornaban
y felicitaban las calles. Aún en la primavera tardía,
se podía sentir el olor de los naranjos, creando por las calles
de la ciudad antigua una dulzura imposible de retratar, un ambiente
de combustibles y de merienda constante... mezcla de cosas que ni
se conocen ni quisieran conocerse, pero que sirven para aumentar y
profundizar lo que experimenta el sevillano pasajero...
El tren fue de lo más difícil y desagradable. Primero,
nos separaron: explicaron que en Andalucía un hombre no puede
viajar en litera con una mujer. Eso ya nos pondría la noche
difícil, pero resulta que un afectado mental, un hombre que
en la estación iba de un lado para otro tirando latas y gritando
amenazas a las parededes y al aire y a un pariente inexistente, viajaba
en el mismo vagón que nosotros. Tras una hora de espera, con
las luces apagadas, entró en mi compartimento. Puse una lámpara
para leer, y dentro de diez segundos, el sospechoso se levantó
y salió al pasillo.
Me dio miedo pensar que pudiera entrar en la habitación donde
Lainey dormía con otras chicas solteras, pero desapareció.
El atendiente me explicó que acababa de salir de la cárcel
y que de veras sufría alguna enfermedad mental. Me dijo que
probablemente no volvería, porque no quería dormir en
espacio tan estrecho y oscuro, no en su primera noche en libertad.
Pasé cuatro horas en el pasillo, mirando pasar el paisaje,
y leyendo El invierno en Lisboa, libro que terminé esa
misma noche. Creo que al salir la primera luz, me puse a dormir durante
media hora, pero realmente no dormí esa noche.
OXÍGENO
Y CIPRÉS: junio en España |
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© 2001 Joseph Robertson
Photos © 2001,02
Joseph Robertson
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