3. Amanecer en Valencia, y Sagunt azul Llegamos a eso de las seis de la mañana. Fuimos caminando directamente de la Estació del Nord hasta el hostal donde pensamos alojarnos durante los próximos dos días. Claro que a esa hora, nadie había salido, y no hubo habitación disponible. Salimos a la calle, dejando las maletas. Fuimos a un café, al parecer el único local abierto en toda Valencia. Tomamos churros con chocolate, cafés con leche, granizados limón, y pasamos varias horas esperando a que se levantara la ciudad. A las 9:20, la ciudad va despertándose ya... corren las fuentes; hacen cola delante de la Generalitat los inmigrantes; negocian los autobuses y los taxis en el centro... el cielo está despejado, queremos dormir terriblemente, mientras sigue faltándonos alojamiento; no nos dejarán entrar hasta entrada la tarde... para pasar el rato, hemos buscado otro café, para tomar algo parecido a un pos-desayuno... un desayuno secuela... un granizado limón y un rostro estricto (de fatiga) para Lainey... todo lo hicimos por pasar las horas vacías en una ciudad dormida. Buscamos una papelería, para encontrar las herramientas requisitas en editar nuestros cuadernos de recortes, imágenes, tarjetas empresariales y obesrvaciones escritas. No diría que fuera un día perdido, pero sí el rigor del viaje nos afectó y pasamos un día recorriendo sin rumbo las calles de la ciudad.
Descubrimos algo que superó a todas nuestras
expectativas: la increíble Ciudad de las Artes y las Ciencias,
conjunto de maravillas arquitectónias que simplemente se ha
convertido en el símbolo de Valencia, aún antes de terminarse.
Lo que tal vez sea el elemento central de esta construcción
sorprendente es la luz natural. Valencia se conoce como la ciudad
brillante, por la incomparable fuerza luminaria del sol. Los edificios,
formaciones, piscinas y arcadas blanquísimas de la Ciudad de
las Artes y las Ciencias atrae y difunde esa luz natural de manera
experta. Es como si existiera sólo por jugar con la luz e iluminar
un lado de la ciudad de Valencia. Así que: el mejor consejo
que uno puede recibir, además de traer cámara... poner
gafas del sol... si no, seguro que los ojos se te quejarán
insoportablemente. El próximo día dedicamos a Sagunt, pueblo antiguo y costera al norte de Valencia, donde la historia dice que vivió la población más valiente del mundo romano, población que se suicidó antes de verse conquistada por el imperio. Tomamos un desayuno completo en Orígenes del Café; ya tenemos nuestra costumbre matinal en Valencia... al segundo día.
He logrado encontrar las gafas adecuadas como para protegerme los ojos del sol fastidiosamente brillante de esta costa. Llegamos a Sagunt e iniciamos el camino de subida hacia el castillo recién restaurado... inmenso lugar medio deshecho, reseco, y que cocina la superficie del ser. Encontré una vista panorámica del apretado Sagunt, su castillo, su mar, incluyendo la catedral y Lainey, situación para no perder. Al bajar del monte, vimos el anfiteatro antiguo, cosa que no se puede imaginar tal como es, pero que genera sentimientos de casa mágica curiosidad. Paella valenciana en Casa Eugenio en la calle Autonomía, tocando al Ayuntamiento, un descanso, un gazpacho, postres... comimos bajo un arco blanquecino, en la sombra, frescos y contentos con los aconteceres del día. En aquella mesa, me regaló Lainey un libro de poemas fascinante y bonito, escrito por la filipina Rowena Torrevillas. Pasamos una horas almorzando a pasos ligeros, asimilando el paisaje de la ciudad antigua, recobrando las fuerzas que dejamos en el monte que acabamos de subir y bajar. Port de Sagunt: playa que buscamos tras el almuerzo valenciano. Estiramos toallas sobre la arena, creamos un espacio íntimo, y nos pusimos a tomar el sol, a leer, a refleccionar sobre la velocidad de nuestro viaje. Asombrado por el profundo esplendor del azul que penetraba el aire, el ambiente, los ojos, me puse a escribir.
Elegí hacer poesía, poner acento expresivo y metafórico a lo que llegó a ser uno de los días más concretos y repletos que tuvimos durante años. Me dije entre versos y el azul indomable del Mediterráneo que estuvimos en aquel momento fuera de todo, ausente del programa de pretensiones que cada día elaboramos. Un día de caminata bajo un sol absoluto... día de visita a los tiempos antiguos, romanos... día de almuerzo largo y español... día de ciudad diminuta y extranjera... día de playa y poesía... eso necesitamos para sentirnos exhaustos de la mejor manera, satisfechos con el contenido del viaje, repletos en la experiencia de descubrimiento y adaptación momentánea.
© 2001 Joseph Robertson |
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JOSEPH ROBERTSON