La mala costumbre de leer
El equilibrista Ceferino Díaz cumplió su promesa pero no vivió para contarla. La noche del martes en Boite y Salón de Baile “El Galpón” mientras celebraba su cumpleaños le prometió a un grupo de amigos del Gran Circo Frankfurt, donde trabajaba caminando por la cuerda floja, que al amanecer haría la hazaña más arriesgada: “Nunca antes vista en parte alguna del país, del continente ni en todo el mundo conocido”; dijo entusiasmado por su borrachera. No adelantó más detalles. Siguieron vaciando la ponchera de pisco con cuatro bebidas y bailando los boleros de Lucho Barrios, las cumbias de Luisín Landáez, los corridos de los hermanos Bustos, y era el busto de Soraya lo que más entusiasmaba esa noche al equilibrista Ceferino Díaz, pero la plata sólo alcanzaba para pagar el trago, no la acostada.
A las seis de la mañana, el alcohol de la celebración ya había llenado de neblinas el cerebro y destruido las barreras de la timidez. A gritos pidió a sus amigos de parranda que lo acompañaran; y caminó hasta la estación de ferrocarriles. Subió los ocho metros de uno de los postes que soportan las líneas de alta tensión. Haciendo ostentación de su buen equilibrio caminó sin problemas sobre el cable tenso, la hazaña concluyó bien. Sus amigos celebraron con aplausos y gritos de admiración tan grande proeza. Ceferino, equilibrándose sobre el extremo del poste de cemento, agradeció los aplausos con una reverencia. Me parece que fue en ese momento cuando recordó que en el bolsillo trasero de su pantalón llevaba un pequeño libro de la Colección Minilibros Quimantú Para Todos; creo era Aventuras de Arturo Gordon Pym de Edgar Allan Poe; y entonces surgió como relámpago la idea. Abrió una página al azar y leyendo en voz alta, comenzó el viaje de regreso. Caminaba por el cable de alta tensión gritando las palabras; y con la punta de sus pies tanteaba el camino, cuando estaba por llegar al otro lado, tartamudeo al pronunciar una palabra difícil, perdió el equilibrio, soltó el libro y para no caer, tuvo la mala ocurrencia de afirmarse con las dos manos del otro cable que le descargó tres mil voltios en el cuerpo.
Aunque algunos han dicho que fue una apuesta con otro amigo para decidir quien cancelaba el precio del amor de una de las niñas que esa noche acompañaron la celebración de su cumpleaños. El sargento escribió en el parte policial que murió por andar leyendo en voz alta.