Fantasía marina
Es un olor el que
tramita pólizas de
compromisos sentimentales.
Un veintisiete de octubre
te levantas, te
duchas entre intervalos
creativos, te peinas
y no sospechas que al abrir el tarro
de perfume vas a
cerrar los ojos, a
inspirar profundamente
y recordar la emoción
de los primeros días
juntos envueltos en
esta fantasía de
aroma marino.
Serendipia
Traje de chaqueta.
Zapatos de cordones
negros, austeros, como
las expectativas de la
entrevista.
Pelo inamovible de fijador
entrenado.
Uñas bien cortadas, de
manos de buena primera impresión.
Ojos tiernos que delatan
sin tú saberlo.
Juego el mismo papel
de traje.
Hablo el mismo código.
Como el mismo aceptable plato.
Me despido con el
mismo esperado apretón de manos.
Pero tú no sabes que
desde tus ojos yo ya
te había visto sin traje,
descalzo y sin códigos.
Igual que esta tarde
cuando seguimos jugando papeles
y al intentar ocultar nuestros ojos
nos hemos encontrado mutuamente
en la serendipia
de nuestra esperanza.
Solaris
Yo había pensado un amor de piedra.
Pero las piedras son frágiles como las flores.
Tú me habías pensado piedra
cuando yo me derretía en pétalos
de lavanda del mundo “real” (ilusión compartida),
a solas, a puerta cerrada,
y preguntéme por vez primera
si lo querría igual si fuera el
doble de sí mismo; si me gustaría
igual o me repudiaría la idea de
un amor farsante; si me sentiría
estúpida al descubrir lo necio de
mi amor entregado a una máquina
engañasentidos; si es que el amor a
la verdad algo le debía;
si es que tú realmente me viste
en aquella pintura de una tarde
de diciembre, en aquella abstracción
que hablaba entre pañuelos de papel
(¿viste a través de ellos?),
teñidos del mismo color de tus iris,
monstruo de ojos azules
(¿querría a la copia?),
Hari hombre,
reproducción mecánica
(¿importa por qué queremos los humanos?)
que dejará de ser amada en el
momento en que vuelvas a reaparecer,
porque ya no podré perderte
y para siempre ansiaré algo distinto
en el solaris de mi mente.
Hong Kong
Puse el recuerdo
en una cartulina blanca.
Llené un plato transparente
de agua y lo coloqué sobre el recuerdo.
Usé los dedos de mis manos
para crear olas marinas
(no, mentira:
para disfrazar el recuerdo
de arte surrealista).
Aumenté la imagen
en mi mente como si
mis ojos pudieran hacer
zooming al capricho
de la usuaria (he prestado
mis ojos varias veces).
Me deleité en este sueño acuático.
Sonreí, a sabiendas
de mi manipulación pasada y,
justo cuando decidí dejar
los disfraces para los carnavales
tú llamaste.
Tú llamaste y, y yo...
Yo me derretí en un plano detalle
al otro lado del teléfomo.
Hong Kong, 4 de enero del 2010.
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La antología del festival, Poesía en Villanova 2010 reune los presentes y otros poemas de Cristina Sánchez-Conejero.