DOS CUENTOS
La mala costumbre de leer
El equilibrista Ceferino Díaz cumplió su promesa pero no vivió para contarla. La noche del martes en Boite y Salón de Baile “El Galpón” mientras celebraba su cumpleaños le prometió a un grupo de amigos del Gran Circo Frankfurt, donde trabajaba caminando por la cuerda floja, que al amanecer haría la hazaña más arriesgada: “Nunca antes vista en parte alguna del país, del continente ni en todo el mundo conocido”; dijo entusiasmado por su borrachera. No adelantó más detalles. Siguieron vaciando la ponchera de pisco con cuatro bebidas y bailando los boleros de Lucho Barrios, las cumbias de Luisín Landáez, los corridos de los hermanos Bustos, y era el busto de Soraya lo que más entusiasmaba esa noche al equilibrista Ceferino Díaz, pero la plata sólo alcanzaba para pagar el trago, no la acostada. [Texto completo]
Fuimos héroes y nadie lo supo
Cuando escuché que en la zona de los canales al Navarino lo habían hundido en un ejercicio de tiro, me vino a la memoria la noche en Boite La Sirena cuando Ñaco, Cabeza de Camión, parecía el jorobado de Notredame detrás de su destartalada batería cantando; “y tu que te creías el rey de todo el mundo / ahora te tocó no más la de perder…” y en la penumbra de la sala de baile, iluminada con ampolletas pintadas para que alumbraran azules rojas verdes y dieran a la noche un ambiente sicodélico, yo bailaba pegadito a la Silvana, babeando sobre su escote, frotándome en su pubis; intentando engrupirla. Pero en un abrir y cerrar de ojos cambió la historia, la Silvana se fue con el Juanka atraída por su casaca de cuero y su jopo a lo Elvis Presley, y yo quedé más solo que Toribio el náufrago hundido en el pantano de la depresión, y ahogándome en piscolas masticaba mi rabia, en una mesa en el lado oscuro de la pista de baile. Casi había consumido un cuarto de una docena de piscolas y mi cuerpo flotaba en el limbo de la ebriedad cuando apareció el Frank con la noticia que había fondeado el Navarino, y llegaba de andar matuteando o sea con su bote recogiendo las mercaderías que tiraban al mar los contrabandistas que regresaban desde Punta Arenas. Cuando la Silvana y el Juanka, en la mitad de la pista de baile, se pegaban flor de atraque y Ñaco Cabeza de Camión desentonaba con “Hay amores que rompen el alma / y en la vida el engaño no tiene perdón…” yo conversaba con el Frank la manera de hacerme famoso y ganarme de una vez y para toda la vida el amor de la Silvana que media hora después se había ido con el Juanka, un gil de zapatillas Northstar y cinturón de cuero con hebilla de bronce. [Texto completo]