Las relaciones de interdependencia entre los personajes femeninos en El Silencio de las sirenas de Adelaida García Morales
El tema central de la novela de Adelaida García Morales es el amor ilusorio y platónico que el personaje central, Elsa, profesa por su amado, Agustín, al que apenas conoce. Como es sabido, García Morales escribe una novela feminista en la que subvierte los roles establecidos en la sociedad patriarcal, entre otras cosas, dando a Elsa las riendas de la relación. Se ha escrito mucho sobre esta historia de amor ficticia en la que el amado sólo existe en la mente del protagonista, las posibles causas de esa necesidad de crear a ese ser ilusorio pueden estar relacionadas con la soledad, con el aislamiento al que se ven sometidos en La Alpujarra, o con la necesidad de Elsa de disfrazar su inclinación homosexual. Por esa razón, mi objetivo es el de analizar la relación de dependencia que existe entre los tres personajes femeninos de la novela, Matilde, la aldeana que vive sumida en supersticiones en la espera de la muerte, María, la maestra de escuela que se siente forastera y sola en la aldea y por último, el personaje central, Elsa, que es el catalizador de todos los personajes. Mi hipótesis es que existe una historia de amor encubierta entre Elsa y María, una relación materno-filial entre Elsa y Matilde y una rivalidad entre María y Matilde por conseguir el amor de Elsa.
En un primer lugar, habría que destacar los diferentes tipos de amor que se dan en la novela, el homosexual o bisexual entre María y Elsa, el heterosexual entre Elsa y Agustín y el materno-filial entre Elsa y Matilde y el hecho que todos tienen en común es que se manifiestan solo a través de un sentimiento espiritual, del que no existe una consumación. Desde un primer momento, conocemos el interés de María por acercarse a Elsa, la primera vez que coinciden es durante la celebración del sahumerio, al que Matilde le invita porque se llama María, y necesitan la presencia de tres mujeres con ese nombre para poder llevar a cabo la celebración. Elsa se encuentra en el centro del círculo, en el que como María describe no había una cabra sino una mujer. Esa mujer, a la que Matilde está tratando de quitar el mal de ojo, es Elsa y María, la describe como “muy joven” aunque ya había entrado en la treintena, además de ser una persona elegante, como ella misma afirma “vestía con escrupulosa elegancia y con un descuido deliberado” (30). De este primer encuentro, queda ya establecido que Elsa es una mujer atractiva, con estilo y que María siente una atracción hacia ella, “su delicada belleza me abstraía de todo lo que me rodeaba, absorbiéndome en ella por completo” aunque a primera vista quede ensombrecida al lector por el interés inicial que parece tener María por la enfermedad de Elsa (30). Como afirma Coro Malaxechevarría, el físico de Elsa es parte de su seducción como sirena, de su canto, sin embargo es el aire de misterio, de ambigüedad y de vivir en un mundo irreal lo que la hace más atractiva a los ojos de María. Además de su belleza Elsa posee el don de crear, sentir y vivir el Amor (48).
Aquel mismo día, en el espacio de la novela, María decide hacerle una visita a Elsa, y se encuentra con Matilde, quien le estaba haciendo compañía. Queda claro que a Elsa, María no le cae bien y es Matilde quien le invita a sentarse junto a ellas frente a la chimenea. Como María dice, Matilde la recibe con “una sonrisa” mientras Elsa se mostró “desconcertada y contrariada” con su visita, pero María no se deja amedrentar por la reacción de Elsa y se siente que tiene que hacer cambiar de parecer a Elsa, por esa razón María afirma “estoy dispuesta a no dejarme intimidar por la actitud que ella mostraba” (33). Los poderes de seducción de María, su canto de sirena, se basan en saber hipnotizar. Según Malaxechevarría María atrae a Elsa con su seducción, su voz y su canto que se reconoce mediante sus conocimientos, su educación, superior a la de muchos mortales (47). Cuando María se inventa la mentira de que sabe hipnotizar, nadie cuestiona sus supuestos conocimientos y como ella misma manifiesta “cualquiera que me hubiera escuchado en esos momentos habría pensado que la experiencia hipnótica había sido el motor de mi vida” (36). María crea esta mentira con la finalidad de “tender un puente hacia Elsa” y Elsa empieza a mostrar “cierta simpatía” hacia María (37). Desde este momento, María pasa a ser amiga de Elsa y asume el papel de su analista porque, citando a Malaxechevarría, parece estar interesada en Elsa como un caso clínico. Difiero con esta segunda afirmación, ya que a mi entender, el interés de María por Elsa no es de carácter científico sino sentimental (47). De todos modos, se establece un vínculo entre las dos, aunque hay un mayor interés por parte de María que de Elsa, ya que ésta última ve a María como “un instrumento necesario para hurgar desesperadamente en algo misterioso que crecía en su interior” (37). Algunos críticos han querido ver a María como un ser asexuado, como el mito de la sirena, pero apoyando mi hipótesis de su interés por Elsa, puede que María, siguiendo la teorías de Cixous, a las que me refiero más tarde, esté reconciliada con su lado masculino por ser, una persona culta y preparada, una persona poética. Su insistencia de estar cerca de Elsa y cultivar una buena amistad con ella, podría responder a un deseo homosexual. Ambos personajes femeninos, tanto Elsa como María, tienen una obsesión con la escritura, Elsa escribe cartas y su cuaderno y María transcribe los sueños y la historia de Elsa, ambas viven en, y a través, de la palabra escrita. (Ferradáns 476, 480). De ahí que ambas tengan la capacidad de ser conscientes de la dicotomía en su identidad, entre el Yo y el Otro. En este caso el yo sería Elsa y el Otro Agustín, o María y Elsa, pero también, por su preparación intelectual y su amor a la escritura, además puedan reconocer la dualidad en su propia sexualidad, como afirma Cixous.
Elsa busca la realización de su amor con Agustín Valdés a través de sus trances hipnóticos y sus sueños que más tarde transcribe en su diario. El ideal amoroso sirve para mitigar la angustia de la soledad” (Juliá 67). Elsa no quiere conocer realmente a Agustín porque no quiere destruir la imagen idealizada que tiene de él, cuando María le sugiere que necesita un hombre real, y ella contesta: “¡No digas sandeces! ¡Yo no quiero un hombre! ¡No quiero un hombre! ¡Sólo quiero sentir amor como lo estoy sintiendo, venga de donde venga!”(147). La cuestión es el porqué de la falta de interés de María por conocer a Agustín, se puede pensar que Elsa está enamorada de la idea del Amor, como ella misma afirma ¡Sólo quiero sentir amor como lo estoy sintiendo, venga de donde venga! y que por esa razón no sienta la necesidad de realmente conocer a su amado y poder mantener una relación física, real en vez de una basada en su imaginación, porque como ella misma dice “acostarse es una estupidez” (77-147). Por otro lado, se podría pensar que huye de una posible inclinación homosexual hacia su amiga María. María le ofrece la llave para entrar en su subconsciente, en ese mundo irreal en el que ella se siente tan cómoda y que es la base para luego escribir su diario y sus cartas a Agustín, así que desarrolla una dependencia de ella a la vez que una atracción. Elsa sí oye el canto de sirena de María, su canto es sus conocimientos de hipnosis y el acceso al mundo irreal en el que ella tan bien se siente.
Con respecto a la narrativa feminista de García Morales, ésta deconstruye el binarismo hombre-mujer y subvierte los roles establecidos en la sociedad falocéntrica. Como nos explica Biruté Ciplijauskaité, la novela sigue la tradición de la novela epistolar, el amor cortés medieval, y la novela sentimental del siglo XV, pero con los polos invertidos, Elsa es quien corteja a Agustín mediante sus cartas, subvirtiendo los roles, ya que normalmente había sido siempre el hombre quien había cortejado a la mujer (165). A su vez Agustín se siente adulado por sus cartas, pero mantiene una relación basada en el sexo con una mujer casada. Queda establecido que hay un apropiamiento del canon patriarcal para rescribirlo desde la perspectiva femenina. (Ferrandans 475). Desde esta perspectiva, Agustín es un personaje pasivo mientras que Elsa es el personaje activo, ella es quien toma la iniciativa. Según Hélène Cixous, la mujer ha estado siempre asociada con la pasividad en la filosofía mientras que al hombre se le ha relacionado con la actividad (579). Sin embargo, Cixous, manifiesta que siempre ha habido personas poéticas (escritores, poetas…) que no han reprimido su elemento homosexual, ya que no hay poesía o ficción en la que no hay cierta homosexualidad. Esta homosexualidad se encuentra reprimida, simbólicamente, pero se manifiesta a través de ciertos comportamientos, conductas, actos, personalidad pero sobre todo en la escritura (581). Elsa escribe su diario y le envía cartas a Agustín, toma el rol masculino, mientras que Agustín toma el femenino. Como escritora, Elsa está reconciliada con su otro yo, con su lado masculino. Siguiendo las teorías de Cixous, la feminidad y la bisexualidad van de la mano en una combinación que cambia en cada individuo, desplegando diferentes niveles de intensidad, dando un mayor privilegio a un componente por encima de otro, según las personas. Elsa se reconcilia con su lado masculino gracias a Agustín, el objeto de su amor y de su escritura. Cixous alega que hay dos tipos de bisexualidad, y el primer tipo, a mi perecer, se adecuaría al comportamiento de Elsa, porque la bisexualidad puede ser vista como la fantasía de ser un ser completo, reemplazando el miedo a la castración y a la diferencias de sexo como se ha entendido hasta ahora como una marca de la separación mítica, como la Hermafrodita de Ovidio, que es menos bisexual y más asexual (582). En relación a esta teoría, Elsa se realizaría plenamente a través de su escritura y se reconciliaría con su lado masculino, formando un ser completo, congeniando su lado masculino y femenino. La única manera de Elsa de poseer sexualmente a Agustín es a través de su escritura. Además habría que puntualizar que Elsa es una sirena, y que como el ser mítico, está castrada, no goza de sexualidad porque es medio mujer medio pez: “Al dolor de perderte se unió entonces el miedo a que descubrieras mi monstruosidad: yo no era en realidad una mujer sino una sirena (. . .) signo (. . .) de una fatal prohibición de nuestra unión” (81). La fuerza de Elsa reside en su poder de seducción, de su canto, que se manifiesta a través de su escritura en su relación con Agustín, ya que solo se han visto una vez. Pero Agustín no oye ese canto, como el Ulises de Kafka, parece solo oír el silencio, y Elsa se desespera: “Y tú Agustín, me destruyes. Mira cómo me haces enfermar: débil por ti, enloquecida por ti, que sólo me das tu silencio” (118). ¿Por qué Agustín no sucumbe a los encantos de Elsa? Agustín, en su pasividad ha desarrollado su lado femenino, le gusta recibir las cartas de Elsa y se siente halagado de que Elsa muestre tanto interés por él, pero él no está reconciliado con su lado femenino, así que lo reprime de ahí que decida acabar con la relación. Como Cixous establece, a los hombres les aterra la homosexualidad y niegan y rehúyen su lado femenino. Para Agustín es más fácil tener una relación basada en el sexo con una mujer casada porque, por un lado reafirma su masculinidad y por otro no tiene ningún tipo de compromiso social con ella, porque ya le pertenece a otro hombre. Aceptar el amor de Elsa, sería reconocer su lado femenino, sucumbir a los encantos de Elsa, someterse a su voluntad. Tendría que convertirse en San Jorge, como en la postal del cuadro de Paolo Uccello San Jorge y el dragón, que Elsa envía a Agustín, y rescatar a la princesa de las garras del dragón y como Elsa le pregunta: “¿No te gustaría ser tan valiente como san Jorge?” (64). Pero no, Agustín no quiere actuar como san Jorge sino como Ulises, en la Odisea de Homero, no quiere ser valiente sino que está preocupado por no sucumbir ante el canto seductor de las sirenas y poder conservar su yo masculino poniendo una barrera de cera y de cadenas entre ellos (Ferradáns 481).
Volviendo de nuevo a María, nos encontramos en frente de un triángulo amoroso entre Elsa, Agustín y María como se diera ya en La Fugitiva, de Marcel Proust entre el narrador, Albertina y Andrea. Elsa está leyendo esta obra cuando sentada en la terraza esperando la llegada de una carta de Agustín, que nunca llega, abre el libro y lee: “Por lo demás, en la historia de un amor y de sus luchas contra el olvido ¿no ocupa el sueño un lugar aún mayor que la vigilia, el sueño nos prepara, por la noche, un encuentro con aquélla a la que acabaríamos de olvidar, más con la condición de no volver a verla? Pues dígase lo que se quiera, podemos tener perfectamente en sueños la impresión de que lo que en ellos ocurre es real” (120-122). Para Elsa, los sueños ocupan un lugar muy especial porque es el lugar en el que su historia de amor con Agustín se hace realidad al igual que para el narrador de La Fugitiva, pero además comparte con el narrador de La Fugitiva un amor desmesurado por el amado, en este caso Albertina, quien a su vez, tiene inclinaciones lésbicas (Mazquiran de Rodríguez 478). Albertina había mantenido una relación con su amiga Andrea, que tras la muerte de Albertina, le confiesa al narrador “hemos pasado las dos juntas muy buenos ratos; era tan cariñosa, tan apasionada” (110). Además Andrea también le confiesa que Albertina había tenido una relación bisexual con un chico llamado Morel y chicas jóvenes que él proporcionaba a Albertina para la diversión de ambos. Se podría considerar el hecho de que en la inversión de roles que hace García Morales en su novela, también haya podido invertir esta historia de amor de la novela de Proust y extrapolarla a su novela, Albertina sería Agustín, Andrea sería María, y el narrador sería Elsa, aunque yendo un poco más allá, el narrador de La Fugitiva podría pasar a ser la narradora de la novela de García Morales, María, y Albertina pasaría a ser Elsa, destinataria de su amor, Andrea sería Agustín, de esa manera, acabaríamos con que la historia de amor central de la novela es la de María y Elsa.
En consecuencia, tanto Agustín como María son objetos del amor de Elsa aunque hay una confrontación entre los dos rivales, que ocurre cuando María llama por teléfono a Agustín para aclarar la situación con Elsa: “con la única intención de ayudarle” asimismo María quiere conocer más de su competidor: “me impulsaba una fuerte curiosidad por escuchar su timbre de voz, por comprobar si realmente existía y por saber qué podría decirme él a mí” al mismo tiempo que expresa su preocupación por Elsa: “Y necesitaba saber cuál era su actitud para poder ayudar a Elsa” (140-141). De esta conversación queda claro que Agustín no tiene interés por Elsa, por razones que ya he tratado antes, pero si se pone de manifiesto que María lo menosprecia: “¡El muy cretino!” y que no entiende que él no haya podido oír el canto de sirena de Elsa, al que ella sí había sucumbido: “No comprendía que Agustín Valdés no estuviera ya fascinado, que las cartas, la voz, el amor de Elsa, hubieran sido para él un canto de sirena a cuyo hechizo ya tenía que haber sucumbido. . . Se había tapado los oídos con cera, igual que Ulises” (143).
Con respecto a la relación entre Matilde y Elsa, Malaxechevarría afirma que Matilde se encuentra muy cercana a la muerte al igual que Elsa (48). La relación entre Elsa y Matilde existe ya al inicio de la novela, cuando María llega al pueblo y es a través de Matilde que ella accede a crear un lazo de amistad con Elsa. Matilde, como María bien la describe es: “una viejecita delgada y de escasa estatura (. . .) sus ojos miraban con descaro y penetración” (19). Desde un principio sabemos que Matilde celebra sahumerios para quitar el mal de ojo, incluyendo el que se celebra en presencia de María, en la que Elsa es objeto de tal ceremonia. Matilde es la sirena que más se acerca al mito por su edad, por su físico insignificante y sus conocimientos del pueblo, de la historia local y sus habitantes y de los fantasmas que habitan el lugar (Malaxechevarría 48). El canto de Matilde, es por tanto sus conocimientos del más allá, y ajustándose al mito de la sirenas carece de sexualidad. María, ve a Matilde como a las otras ancianas de la aldea:“eran mujeres que habían dejado de serlo para convertirse en otra cosa, libres ya de las imposiciones sociales de su sexo . . . No existían para nadie y sólo una sombra les oscurecía: la enfermedad y no la muerte” (18). Matilde, como estas mujeres, ya no tenía que seguir las imposiciones de su sexo, porque como ella misma dice “no quería casarme otra vez. No estaba dispuesta a aguantar a otro hombre” (87). Su vida amorosa había estado marcada por un marido a quién consideraba un verdugo y se había quedado viuda muy joven, a los 26 años. Había tajado en plena juventud la posibilidad de lograr la armonía sexual dentro del matrimonio (Malaxechevarría 48). Aplicando las teorías de Simone de Beauvoir al personaje de Matilde, se debería hacer una distinción entre el sexo y el género, y que el género (masculino o femenino) es un aspecto de la identidad que se adquiere de forma gradual. Esta distinción establece que ya no es posible atribuirle una serie de valores o funciones sociales a la mujer por necesidad biológica, ni tampoco por referirse a un comportamiento natural o innatural propio de un género. De acuerdo con Judith Butler, no queda claro entonces que un sexo tenga que corresponderse con un género, de esta manera se puede dar que la relación casual o mimética entre ambos se mine, se desvanezca (128). Matilde parece haber asumido esta distinción porque aunque es mujer ha rechazado desde joven las expectativas sociales de su género, no se ha vuelto a casar y renunció hace mucho tiempo a volver a tener pareja o una vida sexual. Matilde estaba muy orgullosa de su independencia, como María nos cuenta: “se enorgullecía a menudo de su independencia que había logrado, sin ayuda de nadie…recibía una mísera pensión de viudez… pero había logrado sobrevivir sola gracias a sus pocos animales… y porque desde muy temprana edad había aprendido a mantenerse viva” (91). Matilde como le explica a María cuando ella va a visitarla a su casa, conoció a Elsa un día que la vio sentada en el umbral de la casa al lado de la suya, con la cabeza entre sus brazos y pensó que estaba llorando, así que se decidió a acercarse a ella. Elsa le dijo que le dolía la zona izquierda de la cabeza y Matilde “se sintió hermanada con ella. Pues ese era también su padecimiento más grande” y que desde aquel instante le pareció una “mujer débil y desvalida” y que “sintió deseos de protegerla” (92). Matilde ve a Elsa como una enferma de amor, y decide preocuparse por ella, curarla, creándose un vínculo entre ellas de carácter materno-filial, por la diferencia de edad y porque Matilde ejerce de madre cuidándola y protegiéndola. En consecuencia, Matilde, quien había sido herida por el amor en su juventud, trata de ayudar a Elsa, no obstante es consciente de que Elsa vive en un mundo irreal, más cercano a la muerte que a la vida. Elsa accede a ese mundo irreal mediante la hipnosis, los sueños y la música. Como ella misma aclara al principio de la novela, la música es una parte fundamental de su existencia, como si “hubiera sido su única vocación definida en su vida” y era otro mecanismo de evasión de la monotonía de la aldea, de la soledad a la vez que una de las llaves para acceder a sus sueños (41). A Elsa la palabra realidad “le inquietaba” y le producía una “increíble desazón” y, por esa razón, Matilde había tratado de sacarla de ese mundo, y por eso cuando Elsa cae enferma, Matilde la cuida (77). Matilde, como la hechicera del pueblo, trata de proteger a Elsa de ese mundo del más allá al que accede a través de sus trances hipnóticos, pero no puede. María y Elsa la han excluido de sus ceremonias, de ahí el origen de la confrontación entre Matilde y María, las dos luchan por la atención, la compañía y el amor de Elsa. María le pide a Matilde que se marche: “Matilde, por favor, necesito estar sola con Elsa. Si no le importa, márchese ya… Se lo dije con una aspereza involuntaria” y como María reconoce al momento: “aquella impertinencia que me permití con Matilde enturbió nuestra relación para siempre” (105). Matilde se había sentido traicionada por Elsa, que le da las buenas noches y le promete que le contará todo lo acontecido, pero sus sentimientos de madre se ven heridos, Elsa prefiere la compañía de María a la de ella, y Matilde se marcha “muy triste…con la actitud de la niña a la que acaban de castigar” (105). Matilde se somete a la voluntad de Elsa porque la quiere, como una madre, y le aguanta el rechazo que le acaba de hacer. Obviamente a Elsa se lo perdona, pero a María no, y se lo recordará cada vez que tenga oportunidad de una manera u de otra “cada vez que nos encontrábamos” (106). María se siente contenta por haber conseguido quedarse a solas con Elsa, y refiriéndose a la historia de Elsa y Agustín, afirma que “llegar a ella era tan intricado... no podía permitir ninguna distracción. Estaba decidida a deshacerme de cualquier obstáculo” también se podría leer como María tratando de llegar a Elsa, de conseguir su amor (106).
La muerte, como ya he comentado con anterioridad, es otro punto en común entre Elsa y Matilde que fortifica su relación. Matilde se compra un nicho, porque según nos cuenta, “no le gustan las tumbas, le asustaba reposar bajo tierra y llegar a confundirse con ella” y parece estar contenta por la buena compra que había hecho, ya que el nicho le había salido a buen precio. Al contrario que a Matilde que le da miedo yacer bajo tierra, Elsa escoge la montaña para suicidarse, es un suicido a solas, en “una reintegración a la naturaleza en sentido ascendente, una muerte rodeada de silencios”. El suicidio es un acto simbólico, el suicidio femenino “expresa no sólo un deseo de muerte sino un incomunicable deseo de vida” “quitarse la vida es forzar a los demás a leer nuestra muerte a la vez que es una lectura de nuestra propia vida” (Ferradáns 480) Cuando María nota la ausencia de Elsa, decide subir en dirección a las cumbre nevadas donde encuentra en una llanura blanca a Elsa “su cabello oscuro, su rostro casi idealizado. Estaba rígida, inmóvil, adherida a la tierra, y formando parte de la montaña, igual que sus plantas, sus árboles, sus rocas, sus piedras…” (165). María sobrecogida por la muerte de Elsa y por el silencio de las montañas se deja caer al lado de ella y le parecía que Elsa vibraba con la misma pulsación que la tierra. Por un instante, desea dejarla allí en aquel espacio privilegiado, “tan ajeno al mundo de los hombres” que ella había escogido para “confundirse con él, para pertenecerle, como si por fin hubiera encontrado su sitio” María afirma que por un momento “su muerte le transmitió un hondo descanso” porque por fin había acabado su calvario (167). Elsa, en un momento de la novela, tiene un sueño en el que Agustín camina detrás del féretro que tenía su cadáver. El féretro lo llevan a hombros varias personas y alguien intenta apoderarse del cuerpo inerte de Elsa mientras alguien sujeta a Agustín. Esa persona trata de apoderarse del cuerpo para impedir que lo entierren. El desenlace es la locura de amor de Agustín tras la muerte de su amada. Quizás el objetivo del suicidio de Elsa era el de llamar la atención de Agustín, que por fin escuchara su canto de sirena y viniera a llorar su muerte. Que finalmente la rescatara, esta vez de las garras de la montaña, que luchara contra los elementos como San Jorge había luchado contra el dragón. Pero su príncipe no oye nada y es María, quien ejerce el papel de príncipe, que la rescata de la montaña helada. En el último acto de rivalidad y de enfado contra Agustín, María afirma “temí que la muerte de Elsa no le impresionara como los sueños en que ella tanto le había amado” (168). María se siente frustrada porque él no haya caído en el hechizo de Elsa y ella, que sí había caído, no hubiera sido merecedora de tanta atención. Matilde a su vez, le regala a Elsa su nicho, “como si se sintiera endeudada” y de repente la muerte de Elsa se le hizo real a María “imaginando a Elsa encerrada en aquel aseado agujero, propiedad de Matilde” (167). Al final, Matilde había ganado la batalla, tenía en su poder a Elsa, o al menos su cuerpo, mientras que a María le invade “una angustia irresistible” y de repente se da cuenta de “la ausencia definitiva de mi amiga.” Se arrepiente de haberla traído al pueblo y piensa que hubiera sido mejor dejarla allá arriba, en la montaña, “en aquella hermosa tumba que ella misma había elegido” (167).
El legado que le deja Elsa a María es el de la escritura, su testamento, son todos los objetos ordenados que están en la mesita de madera cubiertos por un paño de terciopelo, allí guarda la última carta para Agustín, que más tarde María le envía, y todas sus cosas, la postal de Uccello, la litografía de Goya, las Afinidades Electivas de Goethe… y una breve carta en la que le dice, “te dejo estos regalos, consérvalos si quieres. ¿Volveremos a encontrarnos? Un beso” y se olvida de firmar (13). Con estas líneas se inicia la historia entre Elsa y María y a su vez también se acaba, pero Elsa le deja a María algo todavía más valioso para ambas, el poder de transcendencia de la escritura, de la realización mediante el arte de escribir bien y de la fuerza de su amistad.
Para concluir, parece claro que existe una clara relación de dependencia entre los personajes femeninos por razones diversas y cómo no, una gran ambivalencia de lo femenino y lo masculino en todos ellos, incluyendo también al único personaje masculino, Agustín. Las mujeres son el motor de esta novela, su visión del mundo, y de lo que les ocurre, y de cómo, a su manera, cada una rompe con las imposiciones de una sociedad patriarcal, dando lugar a mujeres independientes del mundo de los hombres, al contrario que las sirenas de Kafka cuyo poder reside en su silencio: “las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio” las sirenas de García Morales tienen voz, la imposibilidad de escuchar su canto de seducción es de los hombres, es Agustín, el que no oye, porque tiene miedo de perder la fuerza que la sociedad ha dado a su masculinidad (1).
OBRAS CITADAS
Butler, Judith. “Sex and gender in Simone de Beauvoir´s Second Sex” Yale French Studies 72 (1986): 34-45.
Ciplijauskaité, Biruté. “Intertextualidad y Subversión en El Silencio de las sirenas, de Adelaida García Morales.” Construcción del Yo Femenino en la Literatura. Cádiz, Spain: Universidad de Cádiz, 2004.
Cixous, Hèléne. “Sorties” Literary Theory: An Anthology. Ed. Julie Rivkin and Michael Ryan Malden, MA-Oxford: Blackwell, 1998.
Ferradáns, Carmela. “Identidad y trascendencia: La respuesta sublime de Adelaida García Morales.”Letras Peninsulares 7. 2, (1994): 473-83.
García Morales, Adelaida. El Silencio de las sirenas. Barcelona: Anagrama, 1985.
Juliá, Mercedes. “Amantes en las novelas actuales escritas por mujeres.” Revista de literatura Hispánica Ojáncano. ll.2 (l996): 67-75.
Kafka, Franz. “El Silencio de las sirenas” Wikisource, la biblioteca libre. 15 Nov. 2009 <http://es.wikisource.org/wiki/El_silencio_de_las_sirenas>
Malaxacheverría, Coro. “Mito y realidad en la narrativa de Adelaida García Morales.” Letras Femeninas 17.1-2 (1991): 43-49.
Mazquiran de Rodríguez, Mercedes. “The Metafictional quest for the self-realization and authorial voice in El Silencio de las sirenas.” Romance languages annual 2 (1990): 477- 81.
Proust, Marcel. “La Fugitiva” En Busca del tiempo perdido. Ed. Librodot. Librosgratisweb 5 Nov. 2009 <http://www.librodot.com.html>.