Legítima defensa
Borracho, dijo que me amaba y me besó. La calle estaba desierta y él se puso cargante. Me tironeó y me llevó a la rastra hasta una plazoleta en penumbras. Se bajó los pantalones y trató de hacer lo mismo conmigo, pero me resistí. Forcejeamos, mi cartera cayó y todas mis cosas saltaron al suelo. Mi espejo de mano se hizo añicos y sentí como si mi rostro se desgarrara también entre los vidrios.
Extraños en la noche
Es de noche. El repicar feroz del teléfono interrumpe tu sueño. Voz de mujer. Dice que quieren hacerle daño, que se acercan, que ya la atrapan.
– ¿Quiénes? –preguntas con la voz pastosa.
– ¿Quién eres? –te corriges de inmediato, antes de oír respuesta alguna, medio dormido aún, aunque también cada vez más nervioso.
Plaza de la República
Llevaba diez años sin verla y de repente la encontré en Facebook.
Estábamos viviendo en la misma ciudad, a pocas cuadras, aunque nunca nos habíamos topado.
Juntémonos en el centro, me escribió ella, y yo le respondí que en la plaza a las doce.
Último retorno
El amanecer de ese día fue brusco. Botas pesadas cruzaron rápido por el habitualmente mudo corazón del bosque, como escribiera el poeta, sobresaltando a los chucaos, que nerviosos volaron de un lado a otro, entre cantos que presagiaban una dolorosa tempestad.
A pesar del bullicio matutino, él apenas pudo despegar sus ojos legañosos. |