Cuentos
Legítima defensa
Borracho, dijo que me amaba y me besó. La calle estaba desierta y él se puso cargante. Me tironeó y me llevó a la rastra hasta una plazoleta en penumbras. Se bajó los pantalones y trató de hacer lo mismo conmigo, pero me resistí. Forcejeamos, mi cartera cayó y todas mis cosas saltaron al suelo. Mi espejo de mano se hizo añicos y sentí como si mi rostro se desgarrara también entre los vidrios. No pasó ni medio minuto y yo también caí. Él se colocó encima, desnudo de la cintura para abajo. De pronto vi un resplandor, acerqué la mano y recogí uno de los cristales. Fue cosa de segundos y se lo corté. Aulló como un perro, como un perro mordido por el demonio, y quedó tendido en medio de un charco carmesí. Quizás se desangre, pensé, como el amor.
Extraños en la noche
Es de noche. El repicar feroz del teléfono interrumpe tu sueño. Voz de mujer. Dice que quieren hacerle daño, que se acercan, que ya la atrapan.
– ¿Quiénes? –preguntas con la voz pastosa.
– ¿Quién eres? –te corriges de inmediato, antes de oír respuesta alguna, medio dormido aún, aunque también cada vez más nervioso.
– Adriana... –se escucha en un susurro, prácticamente un hilillo de voz que la oscuridad de la madrugada pareciera querer ahogar en su garganta.
– Javier ¿eres tú? –inquiere en sordina la mujer, temerosa y suspicaz, con palabras igual de frágiles, como soplidos o brisas de primavera. [Texto completo...]
Plaza de la República
Llevaba diez años sin verla y de repente la encontré en Facebook.
Estábamos viviendo en la misma ciudad, a pocas cuadras, aunque nunca nos habíamos topado.
Juntémonos en el centro, me escribió ella, y yo le respondí que en la plaza a las doce.
Los días anteriores habían sido de viento y lluvia, así que la impresión de Valdivia esa mañana, salpicada por acuarelazos de sol, era la de un cementerio de paraguas. [Texto completo...]
Último retorno
El amanecer de ese día fue brusco. Botas pesadas cruzaron rápido por el habitualmente mudo corazón del bosque, como escribiera el poeta, sobresaltando a los chucaos, que nerviosos volaron de un lado a otro, entre cantos que presagiaban una dolorosa tempestad.
A pesar del bullicio matutino, él apenas pudo despegar sus ojos legañosos.
Con mucho trabajo logró salir del tronco de lenga, ponerse de pie, estirarse un poco y, con sus manitos de niño, echar a un lado las matas de helecho para asomar un poco la cabeza y ver qué diablos estaba ocurriendo. [Texto completo...]